Mora Matassi
La irrupción de la pandemia del COVID-19 generó cambios radicales en nuestros hábitos —desde la forma en que comenzamos a cubrirnos el rostro, hasta la distancia física que se impuso entre las personas, pasando por la rápida transición hacia el teletrabajo o la extensión de la educación en línea. Pero hubo algo que no parece haber cambiado: el lugar que WhatsApp ocupa en el manejo de nuestra vida diaria.
En América Latina, así como en distintos lugares del mundo, esta plataforma se viene consolidando desde hace varios años como un espacio desde donde se gestionan múltiples aspectos de lo cotidiano. Con la llegada del coronavirus, la tendencia se acentuó. Algunos reportes del 2020 indicaban que el uso de WhatsApp se había incrementado en un 40% en tan solo dos semanas en los países más afectados por el virus.
A pesar de preocupaciones recientes por su capacidad de proteger los datos de los usuarios, y de desplazamientos hacia plataformas como Telegram o Signal, el uso de WhatsApp, la plataforma que reúne a dos billones de usuarias y usuarios y que contiene elementos de la mensajería instantánea y las redes sociales, se extendió a esferas muy diversas durante la pandemia. Entre ellas, la comunicación entre docentes, estudiantes y familias, el trabajo de oficinas gubernamentales y empresariales, el comercio online de pequeñas y medianas empresas, y hasta las consultas médicas. Además, comenzó a funcionar como un espacio de información oficial que los gobiernos destinaron para proveer datos y consejos alrededor de la propagación del virus COVID-19. Ciertas condiciones de su infraestructura probablemente cumplen un rol en su expansividad: es gratis, distintos planes telefónicos y de internet móvil la ofrecen como una app gratuita en términos de conectividad de internet, y sus funcionalidades sociotécnicas parecen combinar aspectos de la comunicación del teléfono de línea tradicional y de las redes sociales.
Vivir en las redes
El uso diario de WhatsApp, expandido a casi todas las áreas de la vida durante la pandemia, se inserta dentro del contexto de una sociedad de pantallas que apuesta cada vez más fuertemente al entorno digital, en palabras de Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein. Esa sociedad de pantallas ha sido caracterizada como una de comunicación móvil y tendiente hacia lo permanente, donde los flujos de información y comunicación se representan como potencialmente siempre-encendidos, en una lógica 24/7. Si bien esa aspiración a la conectividad digital convive ciertamente con grandes disparidades en el acceso y calidad de las tecnologías y de internet, así como con deseos individuales de desconexión voluntaria, permanece no obstante como un horizonte hegemónico que impulsa ciertos modos de vida, políticas públicas, y modelos económicos.
Junto a a las/os investigadoras/os mencionadas/os, en el 2018 realizamos una investigación sobre el uso de redes sociales en Argentina, con datos recolectados por el Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad en Argentina (MESO). A partir de una serie de entrevistas en profundidad con jóvenes de entre 18 y 29 años encontramos que las redes sociales son percibidas como un entorno donde se vive, y no como objetos que se utilizan. En estos entornos, las y los jóvenes construyen sus biografías, sostienen lazos sociales, se informan sobre lo que sucede en el mundo, y gestionan proyectos, entre otros. Cuando se trata de WhatsApp, específicamente, hallamos que esta es percibida como una red social de comunicación multifacética con temporalidad diaria. Metafóricamente la definimos como una especie de café, distinto al desfile de Instagram, la avenida de Facebook, el carnaval de Snapchat, o el kiosco de diarios de Twitter.
Considerando su gran prevalencia, con Boczkowski y Mitchelstein decidimos producir una nueva investigación en el 2019, esta vez completamente enfocada en la «domesticación» de WhatsApp en Argentina. Para ello, analizamos una serie de 158 entrevistas realizadas con usuarias y usuarios de entre 18 y 77 años en el país, así como una encuesta realizada a 700 personas en Buenos Aires y sus alrededores, con datos recolectados por MESO entre marzo de 2016 y diciembre de 2017.
¿Qué significa «domesticar» a WhatsApp?
En la literatura académica sobre comunicación y medios, el término «domesticación» suele tener un doble sentido: primero, implica integrar a los artefactos o tecnologías de comunicación al espacio doméstico —usualmente pensado como el hogar. Segundo, tiene que ver con «domar» dichos objetivos, como si se tratara de elementos «salvajes». Esta es una conceptualización que surge de la teoría de la domesticación, propuesta por los profesores de la London School of Economics Roger Silverstone y Leslie Haddon en los años 90. De acuerdo con este marco teórico, la domesticación de las tecnologías de la comunicación y medios es un lente analítico que nos permite entender los vínculos que las personas, en sus contextos sociales y materiales, establecen con los mismos.
Para comprender la domesticación de las tecnologías de comunicación y medios, es necesario considerar cuatro procesos interrelacionados. Estos son:
Apropiación, que refiere a los modos en que una tecnología se adquiere y se adopta (por ejemplo, la compra de un televisor).
Incorporación, que tiene que ver con las maneras en que la tecnología se inserta en las rutinas temporales de las y los usuarias/os (por ejemplo, un televisor que suele encenderse por la noche).
Objetificación, que se vincula con los espacios físicos en que un artefacto se ubica (por ejemplo, que el televisor tienda a ser ubicado en el living room).
Conversión, que apunta a cómo se negocia el sentido de una tecnología en la vida de las personas (por ejemplo, el televisor comprendido como un objeto del cual emanan noticias e historias, y cuyos sonidos nos hacen compañía).
Desde los años 2000, distintos estudios han hablado incluso de neo-domesticación, para llamar la atención sobre el surgimiento y adopción de una serie de tecnologías móviles que no necesariamente se ubican en tiempo y espacio de una manera fija (como el teléfono celular, que solemos llevar a donde vamos y mientras nos movemos).
La etapa de la vida importa
En la investigación en cuestión, nos propuimos comprender cómo se domesticaba WhatsApp en Argentina, a partir de la consideración de estos cuatro procesos interrelacionados. Al analizar las entrevistas en profundidad, descubrimos que existían continuidades en la apropiación, incorporación, objetificación, y conversión de la plataforma de acuerdo con la etapa de la vida en que se encontraban las personas entrevistadas. La sociología de lo que se llama el curso de la vida propone el concepto de etapa de la vida para referir a la combinación entre rangos etarios y ciertas trayectorias y transiciones típicamente asociados. En nuestro trabajo, nos enfocamos en tres etapas de la adultez: adultez joven (18 a 34 años), adultez media (35 a 59 años), y adultez mayor (60 años o más).
A la hora de apropiarse de la plataforma, la mayoría de las y los entrevistadas/os sienten una imposibilidad social de permanecer «por fuera» de ella. Tan universal y necesaria para la vida cotidiana la perciben, que deciden adoptarla. Si para la adultez joven, esa necesariedad proviene de parte de círculos de amigos y de círculos asociados con, por ejemplo, la educación universitaria, para la adultez media, la obligatoriedad de WhatsApp tiene que ver con el mundo de las responsabilidades profesionales y familiares; para la adultez mayor, la plataforma aparece como una herramienta clave para la comunicación con los círculos familiares más jóvenes así como de socialización con pares —desde un grupo de bailarines de tango hasta de amigas y amigos de la infancia.
Cuando se trata de las rutinas temporales en las que WhatsApp se inserta, en las tres etapas de la adultez la plataforma se percibe como presente de forma cuasi permanente, aunque esto varía: a medida que se pasa de la adultez joven a la mayor, se transiciona de una temporalidad más continua (donde no pareciera haber pausa en el uso de la app) a otra más discreta (donde se setean límites previsibles al uso, por ejemplo luego de la hora de la cena). En cuanto a la objetificación de WhatsApp, nos encontramos con una pregunta de base: ¿es posible situar físicamente a un objeto intangible que se encuentra dentro de un dispositivo generalmente móvil (teléfono)? Nuestra respuesta tiene que ver con que los grupos de WhatsApp representan espacios en sí mismos para las y los usuarias/os.
Finalmente, en la conversión de la plataforma, que se vincula con los modos en que se negocia su sentido en la vida, hay dos variables clave. Primera, la pertenencia a grupos de WhatsApp, como ya referimos. Y, segunda, el grado al cual se perciben demandas de respuesta inmediata y constante. En la adultez joven, es común intentar «controlar» WhatsApp mediante la eliminación de notificaciones y la desactivación de funcionalidades como la «última vez» y la «confirmación de lectura». En la adultez media, la negociación se produce sobre todo a la hora de manejar los grupos que se tienen. Y en la adultez mayor, la plataforma se negocia hasta el punto de negarla por completo en algunos casos, porque se lee como demasiado demandante respecto de artefactos como el teléfono de línea.
La ventana de WhatsApp
El hallazgo central del trabajo es que, lejos de los prejuicios que existen acerca de las y los más jóvenes como necesariamente innovadoras/es en lo tecnológico y acerca de que las y los mayores presentan dificultades y carencias para manejar los artefactos tecnológicos, WhatsApp es utilizada en todas las etapas de la adultez, y de formas similares en algunos casos —incluso a pesar de grandes diferencias vitales.
Esto nos sugiere, al menos, dos cosas. Primero, que es necesario indagar en la relación entre uso de tecnologías, su domesticación, y etapas de la vida para desarmar prejuicios que puedan existir al respecto. Esto, a su vez, permite diseñar políticas públicas y programas de alfabetización digital capaces de servir a las comunidades en cuestión. Segundo, que la universalidad y versatilidad de una plataforma como WhatsApp en la vida cotidiana refleja en forma empírica, casi como si fuera un ventana, qué es lo que significa vivir en una sociedad de pantallas —una en la cual gran parte de nuestra cotidianeidad es imaginada como digitalizable y digital.
Para seguir aprendiendo
Inclusión digital y desigualdad educativa frente a la crisis del COVID-19 (Galperín, 2020). | Encuentro Virtual En MESO Derechos, inclusión y brechas digitales.
Oxígeno digital (Boczkowski, 2018) | Video de conferencia TED.
Un espacio de interacción socio-afectiva a través del WhatsApp por mujeres mayores brasileña (Oliveira Santos, 2017). | Artículo científico.
Mora Matassi (@moratsukamoto). Máster en Tecnología, Innovación, y Educación (Harvard University) y Máster en Medios, Tecnología, y Sociedad (Northwestern University). Coordina el Center for Latinx Digital Media y actualmente trabaja con Pablo Boczkowski en el manuscrito del libro Social Media Studies: Comparative Perspectives, bajo contrato con The MIT Press. Investiga sobre comunicación mediada por pantallas.
¡Cómo avanzó la tecnología en desmedro de la privacidad y las vivencias humanas! Tras leer el artículo no pude evitar pensar en que hoy en día de 20 mesas en un restaurant, no temo decir que en 19 hay al menos una persona usando el teléfono. Niños mirando videítos mientras los padres charlan. Miles de celulares grabando un recital en vez de mirarlo con el ojo desnudo y grabarlo en la retina en vez de en un teléfono algo que JAMAS vamos a volver a ver. Lo mismo pasa con el grupo del barrio (ya no más reunión de consorcios), pasando por el grupo de “mamis” (y ojo con equivocarse de subgrupo porque tenés que cambiar al nene del cole)… ya no más cafés mirándose a los ojos? Los bancos de las plazas estarán llenos de telas de araña?
La guía filcar arrumbada en las guanteras, ya obsoletas. Ya no mas cartas de amor perfumadas, tratando de hacer la mejor letra. Nadie sabe de los errores ortográficos porque el autocorrector hace su magia. Perdón, me desvié del tema “whatsapp”. Menos mal que mis hijos me dicen “mamá, en la mesa no se usa, después lo respondés!”