Adrián Carrera Ahumada
La comunicación pública ya no es lo que era. Se encuentra en un momento de crisis, de mutaciones múltiples. En esta entrada sostengo que la Alfabetización Mediática e Informacional (AMI) es clave para orientar las mutaciones de la comunicación pública hacia buen puerto. En la parte final presento el caso de Chequeado, proyecto al cual considero un ejemplo exitoso de vinculación entre comunicación pública y AMI.
La crisis de la comunicación pública
Antes de continuar, me detendré a explicar brevemente cómo entiendo aquí dos términos importantes para el texto: comunicación pública y gran público.
Al decir comunicación pública me refiero a la puesta en común y producción de sentido sobre asuntos de interés público en un marco de civilidad, deliberación democrática y pensamiento crítico.
Por otro lado, el gran público es una audiencia ciudadana que tiene, al menos, dos rasgos definitorios: 1) los medios de comunicación tradicionales —radio, prensa y televisión— son la vía para alcanzarle y 2) se agrupa en torno a un gran proyecto político unificador (Waisbord y Amado, 2017).
Durante la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI, la existencia del gran público fue clave para la emergencia y consolidación de la comunicación pública en diversas sociedades.
Hoy día, el gran público ya no existe. Dos giros fundamentales han contribuido a ello: por un lado, los cambios en el panorama mediático tendientes a la fragmentación de audiencias y a la digitalización y, por el otro, el debilitamiento de los grandes relatos modernos y consensos sociales sobre la verdad, la razón y la democracia (Waisbord, 2021; Waisbord y Amado, 2017).
Sin un gran público, la comunicación pública, tal como la conocemos, está en crisis. Esto puede verse en, al menos, dos fenómenos concretos y muy vinculados entre sí: la existencia de discursos de odio en la esfera pública y el descrédito de instituciones como el periodismo y la democracia.
Al menos en Estados Unidos, desde mediados de los noventa asomaba esta crisis: aparecía el cinismo y desinterés frente a la política institucional, presentes en cada vez más sectores de dicha sociedad. Esta tendencia ahora se ha volcado en una esfera pública que tolera el hostigamiento y los discursos de odio. Se trata de una forma de comunicación pública alejada de la civilidad democrática (Blumler, 2018).
Por otro lado, la reputación del periodismo, otrora considerado «perro guardián» de la democracia, está venida a menos. Este fenómeno —existente de tiempo atrás y por causas múltiples que incluyen malas prácticas y reticencia al cambio por parte de medios periodísticos— ha sido alimentado incluso por líderes políticos y gobernantes. Dos ejemplos rápidos: el uso del término fake news por el ahora expresidente estadounidense Donald Trump y, en México, la tendencia del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, a calificar como «prensa fifí» o «conservadora» aquella que revela información contraria a sus intereses.
Asistimos, pues, a una crisis de la comunicación pública en tanto punto de quiebre, reconfiguración y, en términos de Waisbord y Amado (2017), mutaciones.
Alfabetización Mediática e Informacional contra la crisis
La AMI es «un todo que incluye una combinación de competencias (conocimiento, destreza y actitudes)» que, a grandes rasgos, son:
Acceder, evaluar y usar éticamente información.
Entender [las] funciones de los medios.
Evaluar cómo los medios desempeñan sus funciones.
Compromiso racional con los medios para la autoexpresión (Wilson, Grizzle, Tuazon, Akyempong & Cheung, 2011).
Siguiendo a Wilson et al (2011), «una sociedad que está alfabetizada en medios e información fortalece el desarrollo de medios y sistemas de información que sean libres, independientes y pluralistas». Además, «se debe ver a [la] AMI como una herramienta esencial para facilitar el diálogo intercultural, el entendimiento mutuo y el entendimiento cultural de las personas».
En otras palabras: la AMI puede ser aliada para, por un lado, revalorar y fortalecer a los medios y el periodismo; por el otro, disminuir las grietas y fragmentación en nuestras sociedades. Si bien es improbable el restablecimiento de un gran público a la vieja usanza, la AMI brinda herramientas para enfrentar la crisis de la comunicación pública.
Uno de los retos que enfrenta la comunicación pública es el actual desorden de la información que vivimos. Como he mencionado antes en este blog, dicho desorden está compuesto por información errónea (misinformation), desinformación (disinformation) e información maliciosa (malinformation) (Wardle y Derakhshan, 2020). Aunque hay discusiones sobre sus alcances y efectos, es sin duda un fenómeno relevante. La AMI, en tanto habilitadora para el uso crítico de los medios y la información, resulta una «vacuna» natural contra este desafío.
AMI en la comunicación pública: el caso de Chequeado
Si bien ya cuenta con espacios académicos e institucionales —esta Cátedra y la Alianza MIL son ejemplos de ello—, la AMI podría ocupar un lugar más relevante en la comunicación pública y con ello contribuir a mejorar sus procesos. Hay algunos esfuerzos en este sentido.
Surgen dudas razonables. En el caso del desorden informativo: ¿será la AMI suficiente para combatir nuestros sesgos cognitivos?, ¿para contrarrestar los incentivos y arquitectura de las plataformas sociodigitales? Seguramente su alcance es limitado y no basta en sí misma —debe acompañarse de procesos transversales de construcción de comunidades positivas— pero vale la pena intentarlo.
Un ejemplo exitoso de ello es el proyecto argentino Chequeado. En sus propias palabras se trata de «un medio digital no partidario y sin fines de lucro que se dedica a la verificación del discurso público, la lucha contra la desinformación, la promoción del acceso a la información y la apertura de datos».
Además de verificar informaciones de interés público, Chequeado cuenta con un proyecto educativo llamado Chequeador, que consiste en cursos en línea de fact-checking y datos.
A pesar de las limitaciones de la verificación, Chequeado ha tenido impacto en la comunicación pública de la sociedad argentina. Una investigación sobre su trabajo en las elecciones de 2019 en dicho país, realizada por Calvo, Aruguete y Ventura (2021), encontró que las personas tienden a compartir más los contenidos que confirman sus creencias previas y que un contenido verificado por lo general no las hace cambiar de opinión. Sin embargo, también detectaron que el hecho de que un contenido sea señalado como falso hace menos probable que este sea compartido: la verificación genera un incentivo negativo para compartir desinformación y, por lo tanto, contribuye a disminuir su propagación.
Chequeado es un ejemplo de cómo la AMI y la comunicación pública pueden vincularse y arrojar resultados, quizá modestos, pero positivos y, sobre todo, necesarios. La comunicación pública está cambiando y de nosotros, nosotras, depende el rumbo que tome.
Fortalecer el vínculo entre comunicación pública y AMI puede ayudarnos a apuntalar el diálogo y respeto a la dignidad básica de las personas. De la mano de la AMI, podríamos acercarnos a una nueva comunicación pública sin nostalgia por aquella vinculada al gran público: una comunicación pública diversa, incluyente, alejada del odio, la mentira y cercana a la construcción de un sentido de lo común.
Para seguir aprendiendo
Desinformación y fact-checking en tiempos de COVID-19 en América Latina y el Caribe (Centro Knight [instructora: Cristina Tardáguila], 2021) | Curso en línea.
La comunicación pública: mutaciones e interrogantes (Silvio Waisbord y Adriana Amado, 2017) | Ensayo académico.
Mediamorfosis y desinformación en la infoesfera: Alfabetización mediática, digital e informacional ante los cambios de hábitos de consumo informativo (Juan Ignacio Aguaded y Luis M. Romero-Rodríguez, 2015) | Artículo académico.
Adrián Carrera Ahumada (@SrAdri_). Coordinador de divulgación y difusión en la Cátedra UNESCO AMIDI. Licenciado en Comunicación Pública por la Universidad de Guadalajara, donde es profesor de asignatura. Ha sido reportero en medios digitales y estuvo a cargo de la difusión de la revista académica Comunicación y Sociedad.