Marleys Meléndez Moré 


El texto siguiente apareció antes en la Revista Espejo. Se reproduce con la autorización de la autora y en concordancia con la licencia CC BY-NC-ND 4.0 con la cual fue publicado originalmente.


Ante la preocupación en Iberoamérica en torno a los bajos índices lectores de la población, se evidencia el interés de algunos adultos (padres, madres, docentes, gestores culturales) por hacer que niños y niñas lean. Los gobiernos de la región han aunado esfuerzos y creado políticas públicas para potenciar los hábitos lectores: planes nacionales de lectura, leyes del libro y de otros marcos «jurídicos y normativos que contemplan acciones para fomentar la práctica de la lectura y democratizar el acceso al libro, cualquiera que sea su formato» (Cerlalc, 2017, p. 19), lo que hace cada vez más visible la introducción del libro en las esferas públicas y privadas.

Estos programas evidencian el surgimiento de nuevas propuestas de animación y promoción de lectura que buscan hacer atractiva la literatura en los más pequeños. Sin embargo, pese a la emergencia de nuevas estrategias, la lectura sigue estando relegada solamente a los espacios escolares. En este sentido, ¿cuál es el papel de los padres en la formación de la sensibilidad literaria de sus hijos? La respuesta pareciera evidente para quienes leen: la mayor responsabilidad, aunque pretenda relegarse únicamente a espacios escolarizados y culturales, recae en los padres.

Es claro que muchos adultos actualmente comprenden la importancia de la lectura en la formación integral de niños y niñas, pero esto no es suficiente. Es necesario que los padres se involucren en la formación literaria de sus hijos, pues el gusto por la literatura no se enseña sino que se contagia. Un ejercicio de imitación que va ligado a cierta sensibilidad permite que podamos transmitir el gusto a otros, pues «antes que enseñar literatura, hay que educar la sensibilidad. La sensibilidad no se enseña: más bien se contagia» (Landero, 1994, p. 28).

Es necesario que los padres se involucren en la formación literaria de sus hijos.

La sensibilidad literaria

Cuando hablamos de sensibilidad literaria nos referimos al poder de la literatura y su capacidad de potenciar la imaginación y ampliar la experiencia individual del lector, más allá de las experiencias objetivas. Lo que le permite asimilar experiencias ajenas y desencadenar de manera consciente e inconsciente una serie de procesos morales, intelectuales y emocionales que le ayudan a dar sentido a la vida, le permiten un conocimiento del mundo y de sí mismos, lo que propicia la construcción de la propia identidad (Sanjuán y Sénis, 2017).

No se pretende, por tanto, que los niños lean los libros sólo para resolver un trabajo, sino que experimenten, a través de su lectura, diversas sensaciones y emociones que se verán reflejadas en su manera de concebir el mundo, pues los libros leídos ayudan a soportar el dolor o el miedo a distancia, a transformar las penas en ideas y a recuperar la alegría (Petit, 2004, p. 29).

La lectura resulta indispensable para trazar rutas que ayuden a niños y niñas a conocer y experimentar su entorno constituyendo una manera diferente de relacionarse con el mundo. Este descubrimiento de la sensibilidad literaria, que permite las interacciones entre un libro y un lector, está determinado por ciertos esquemas sociales y culturales. Los lectores ponen sus experiencias vitales en el texto para tener una comprensión más amplia, por lo que una buena lectura supone un vínculo personal, una conexión con lo escrito que permite no solo hacer una lectura sino experimentarla.

El contagio

Pensemos un momento en la televisión, ¿se le enseña a alguien a ver televisión? No, pero nos divierte y distrae. En algunos casos la entendemos como una actividad social que reúne a la familia. ¿Por qué la lectura no es concebida en el hogar como una actividad familiar? ¿Por qué se relega esa responsabilidad solamente a la escuela? ¿Por qué se supone que no es divertida mientras la televisión sí lo es? El acompañamiento de los padres en el proceso de lectura de niños y niñas debe ser permanente; conversar con ellos sobre sus lecturas mantendrá el interés del niño y fortalecerá el vínculo padre-hijo. Llevamos el contagio al nivel de la provocación cuando no les exigimos a los niños que se acerquen a la lectura, sino que nuestro placer se hace tan evidente que ellos querrán acercarse para contagiarse de lo mismo, porque encontramos felicidad en ello.

La inmersión a la lectoescritura

La edad en la que los niños empiezan a aprender a leer y escribir varía según las políticas educativas de cada país, tal como lo menciona Aunión (2009) en su artículo «Sin leer ni escribir hasta los seis», en el que hace un recuento de la edad de ingreso de los niños a la lectoescritura en cada país de la unión europea. En Finlandia, por ejemplo, la inmersión de los niños en la lectoescritura inicia a partir de los 6 años.

Como asegura Dubourg (2004), el aprendizaje de la lectura y de la escritura es un proceso que se inicia en los primeros años de vida. No necesariamente se aprende a leer y luego a escribir. Los niños reconocen desde muy temprano los símbolos y esa es, por supuesto, una forma de lectura. No se recomienda, por tanto, obligar a niños y niñas a leer y escribir a edad temprana.

Las actividades de recepción y producción influyen significativamente en la competencia literaria porque esta necesita de la actividad lectora para identificar, organizar y construir los diversos saberes que le dan sentido al texto, proporcionando así ciertas herramientas que derivan en la producción textual. Por tal razón, si lo que se quiere es adoptar una competencia literaria, la lectura y la escritura deben ser una actividad permanente. Es la práctica y la experiencia adquirida con la lectura y la escritura de textos lo que potencian las habilidades referidas a la comprensión y a la expresión lingüística (Mendoza, 2008).

Conclusión

La lectura es un factor de identidad, de desarrollo, de inclusión social y de calidad de vida, que permite que los individuos tengan un mayor conocimiento de sí mismos y de su entorno (Ramos, 2013). Por esta razón, se hace necesario impulsar la creación de hábitos lectores que permitan a los individuos mantener una relación sociocultural con la lectura. En este escenario el adulto será fundamental como mediador, pues será quién permita el acercamiento entre los niños y los libros a través de diferentes estrategias de promoción lectora desde el hogar.

Para seguir aprendiendo

Marleys Patricia Meléndez Moré. Promotora de lectura. Licenciada en Lingüística y Literatura de por la Universidad de Cartagena. Maestra en Estudios de la Cultura y la Comunicación por la Universidad Veracruzana. Doctorante en Educación en la Universidad de Guadalajara, donde estudia las consecuencias de la interacción entre discriminaciones étnico-raciales y otras dimensiones de la desigualdad dentro de entornos escolarizados en México.

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