Guillermo Orozco Gómez

El sistema educativo mexicano, y en general los sistemas educativos contemporáneos enfocados en la enseñanza, están siendo cruelmente incapaces de preguntar y provocar reflexión sobre los aprendizajes que estudiantes, padres, madres y profesorado han producido durante estas semanas de confinamiento. Por ello es que retomo el título del más reciente libro del intelectual portugués Boaventura de Sousa Santos. Estamos frente a La cruel pedagogía del virus.

Como se recordará, el secretario de educación en México, Esteban Moctezuma Barragán, anunció recientemente el esperado «regreso a la escuela» junto con una serie de medidas y protocolos para garantizar lo más posible la seguridad sanitaria de niñas, niños y adolescentes, así como la de sus maestros, maestras y, de manera indirecta, la de sus familias.

Entre estas medidas están la de asistir dos días la mitad del grupo y otros dos días la otra mitad, dejando el viernes como día para aquellos estudiantes rezagados o que requieran un reforzamiento a los conocimientos  que debieron haber aprendido en sus días de permanencia en casa o que nunca  adquirieron en la escuela antes de la pandemia.

Desde la Secretaría de Educación Pública (SEP) la medida se sigue viendo racional, equitativa, plausible; como estrategia que posibilita un «regreso a clases» nacional, aunque parcial, ya que la totalidad de los alumnos del sistema educativo solo irán a la escuela dos días por semana. En este regreso a clases se ha pensado también que los recreos durante las horas de clase sean escalonados para que no todo el alumnado salga a recrearse al mismo tiempo, y eso permita guardar la sana distancia también en los patios de juego. Todo un plan detallado para un regreso pensado como efectivo, controlado, que permita continuar con la misma enseñanza, aunque dosificada en 50%.

Las familias quizá van a poder descansar de la atención a los hijos e hijas en casa diariamente, ya que al menos dos días a la semana —quizá hasta tres, si tienen la «suerte» de que sus hijas e hijos presenten rezago y tengan que ir también el viernes— volverán al lugar donde deben estar: la escuela.

Visto así, la solución parece bien pensada y consistente. Sin embargo, está muy lejos de serlo.

La supuesta solución más bien resulta inadecuada y, sobre todo, muy cruel. ¿Por qué? El regreso a la escuela en las condiciones planteadas es solo una solución administrativa y política de las autoridades educativas nacionales: una falsa solución desde la perspectiva de las escuelas, del profesorado y del alumnado. Más aún: la apertura de las escuelas en el país —pensada y basada solo en la perspectiva de una sana distancia, tanto en salones como en espacios recreativos— no toma en cuenta otras condiciones graves existentes. Dichas condiciones empeoran con el abandono temporal de las escuelas y las nuevas exigencias administrativas y sanitarias, pero sobre todo pedagógicas, para navegar en la así llamada «nueva normalidad».

Foto de Feliphe Schiarolli en Unsplash.

Remando cuesta arriba

Una gran parte de escuelas primarias y secundarias de México no cuentan con todos los servicios requeridos para una adecuada convivencia de estudio y de socialización de las y los estudiantes. Incluso, muchas de las escuelas mexicanas —especialmente en aquellas de áreas rurales, zonas indígenas y otras en zonas marginales de las grandes urbes— no cuentan ni con el servicio del agua. La Comisión Nacional del Agua reporta que el 48% de las escuelas públicas en México no tienen drenaje y el 31% no cuentan con agua potable.

¿Cómo es posible esperar que el regreso sea la mejor solución? Lo que haría falta es, ante todo, asegurar que todas las escuelas del país tengan agua corriente de manera permanente e infraestructura sanitaria adecuada. De lo contrario, a pesar de la sana distancia, se convertirán fácilmente en focos de contagio.

La idea generalizada de que educar es sinónimo enseñar, pero no de aprender, se ha hecho más evidente que nunca. Ejemplo de ello es el haber ignorado a alumnos y alumnas, no haberse preocupado por encontrar maneras de reflexión y de aprendizaje de esta situación a la que nos obliga la pandemia. El haberlo hecho nos hubiese permitido generar otro tipo de ideas y reflexiones. Se ha dejado pasar la oportunidad de, como lo propuso José Manuel Corona en este blog, pensar una pedagogía postpandemia.

Remando cuesta abajo

Cuando se cerró el sistema educativo en el país, se exigió al profesorado hacer un programa emergente y remedial, no presencial, que cubriera la enseñanza ausente
durante los días de enclaustramiento en los hogares. La escuela se «trasladó» o, más bien, pretendió trasladarse, a la casa. Las madres y padres de familia, o las y los hermanos mayores, a su vez, pretendieron asumirse de facto como los nuevos «enseñadores».

La implicación más importante de esta deslocalización de la enseñanza de la escuela al hogar, al igual que la vuelta a clases anunciada recientemente, fue la no consideración de las condiciones reales de la mayoría del alumnado y de sus familias, ni de la mayoría del profesorado y las escuelas. En un alto porcentaje de hogares no había, ni hay, condiciones de enseñanza ni otra infraestructura digital para poder asumirse en el programa a distancia o, más cruel aún, no hay el espacio ni siquiera para poder leer el libro de texto sin ruido y en calma, menos la posibilidad de que madres y padres estén al tanto del avance y tengan posibilidad y energía de, por lo menos, comentarlo.

Lo anterior ha sido especialmente cruel para todas y todos, ya que el profesorado no estaba ni está listo para una educación a distancia o tutorial; ni madres y padres de familia para acompañar a hijos e hijas en casa, también como docentes; ni la mayoría del alumnado para asumir sus nuevas tareas exigidas y aprender de ellas como autodidactas y sin contar con la calidez de la socialización con sus pares, que fue lo que realmente perdieron, y de lo que nadie parece preocuparse en el sistema educativo.

«Lo primero es no causar daño»

Con este título publicó su columna periodística el exrector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, doctor en Educación por la Universidad de Harvard, Hugo Aboites.

Cuando los remedios producen solo un aparente bien pero causan un daño mayor, como dijo Hipócrates, no hay que aplicar esa medicina. Ese es el principio al que hace referencia nuestro colega Aboites.

Y justo lo que ha venido haciendo la SEP en estos tiempos de pandemia es aplicar soluciones cuyos costos son ya, y lo serán más luego, mayores que el supuesto problema que buscan solucionar.

¿Qué tan cruel puede ser el sentimiento de una madre o un padre de familia al ver que no tiene los mínimos implementos tecnológicos ni metodológicos en casa para hacer los ejercicios que los maestros han dejado a sus hijos, hijas, para que no «pierdan» su proceso de aprender? ¿Cómo se sentirán el alumnado al darse cuenta que no pasó más allá de tres o cuatro páginas de sus libros de texto durante los meses de confinamiento?, ¿quizá se sienta infractor de su proceso educativo, inepto, ignorante más que nunca? ¿Como se deben sentir los maestros y maestras que, siendo también padres y madres de familia, han tenido, y tendrán, que llevar a cuestas la educación de su alumnado, hijos e hijas, sin realmente educar a ninguno?

¿Y qué perspectiva de solución verán la mayoría de maestros y maestras de México al regresar pronto a una escuela carente de muchas condiciones esenciales, con cargas extraordinarias basadas en recuperación de lo perdido, cada vez más imposible de conseguir? Seguramente deben estar aterrados ante ese futuro cada vez más inmediato que les espera.

Por eso la recomendación del reconocido pedagogo italiano, Francesco Tonucci de colocar como principal objetivo del aprendizaje escolar la socialización de los estudiantes, su desarrollo afectivo y, desde ahí, intelectual; pero no por lectura de libros de texto, sino por reflexión de sus emociones compartidas y de sus logros en creatividad. Esta debe ser la meta, especialmente, para el regreso a clases.

Lo mismo sería recomendable para las y los docentes. La SEP debería motivar y facilitar que el profesorado tenga espacios para comentar, compartir y, ojalá, analizar lo que ha significado y está significando esta cruel pedagogía del virus.

Un propósito para aprender de la experiencia que nos deja este tiempo de pandemia es, como dice precisamente el maestro Tonucci: «cuando empecemos de nuevo, deberemos inventar otra escuela».

Para seguir aprendiendo

Guillermo Orozco Gómez (@gorozco23). Mexicano. Director general de la Cátedra UNESCO AMIDI UDG. Investigador Nacional Emérito. Profesor en la Universidad de Guadalajara. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el ITESO; Maestro y Doctor en Educación por la Universidad de Harvard. Especializado en alfabetización mediática, ficción televisiva y análisis de audiencias.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *