
Brandon Almaraz Cortes
¿De qué hablamos cuando hablamos de personas Sordas?
Cuando se piensa en palabras como «sordera» o «sordo» (con «s» minúscula) generalmente se alude a una condición que es producto de un diagnóstico médico, mayormente conocido como Discapacidad Auditiva (DA). La característica más importante de este diagnóstico es la dificultad o incapacidad para percibir estímulos auditivos de manera «normal» o esperada en comparación con las demás personas. Desde esta perspectiva, se ve a la sordera como una enfermedad que debe tratarse o rehabilitarse.
Justamente por ello, si revisamos información proporcionada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) podemos encontrar aspectos como, formas de prevención para la sordera, causas y consecuencias de la pérdida auditiva, así como tipos de tratamiento y rehabilitación. Es decir, se trata de datos vinculados con un tipo de malestar o enfermedad.
Sin embargo, hay otros enfoques, como el socioantropológico o sociolingüístico, en los cuales se habla de personas «Sordas» con «S» mayúscula (Huerta-Solano et al., 2018), para referirse a una minoría cultural, en la que se reconoce la falta de percepción auditiva como una característica identitaria, con el mismo valor simbólico que las diferencias étnicas o de género. Al entender a las personas Sordas como parte de un grupo cultural, la sordera adquiere un matiz distinto, a la vez que se reconocen dimensiones que en la visión patológica no entran, como la relevancia del uso de la Lengua de Señas (LS) y el reconocimiento de las Comunidades Sordas.
Las Comunidades Sordas están compuestas por personas que, en su mayoría, son Sordas, comparten espacios, tradiciones, creencias y valores que son distintos a los de las personas oyentes, así como un sentido de pertenencia a su comunidad y orgullo por ser parte de esta. No se consideran personas enfermas ni con discapacidad, sino una minoría cultural que experimenta el mundo sin depender del sonido. De ahí que una de sus principales características sea compartir una LS, por ejemplo, la Lengua de Señas Mexicana o LSM.
Estas comunidades también se ven representadas por instituciones como la Federación Mundial de Personas Sordas, que es liderada por personas Sordas de diferentes partes del mundo. En esta organización se desarrollan estrategias y proyectos en favor del reconocimiento de los casi 70 millones de personas Sordas en el planeta, mismas que viven mayormente en países en vías de desarrollo y que son usuarias de aproximadamente 300 LS distintas, todas con la riqueza cultural, histórica y social que ello implica.

Ante este panorama, entendemos que las personas Sordas no representan un grupo pequeño, sino una población amplia que comparte nuestros espacios, aunque desde una experiencia muy distinta a la de la mayoría oyente. Tomando en cuenta que, según cifras del INEGI (2020), en México existen más de 6 millones de «personas con discapacidad», de las cuales, cerca del 22 por ciento está clasificada con algún tipo de DA.
Además, distintos investigadores e investigadoras de México han hablado sobre cómo las personas Sordas se enfrentan a realidades sociales que pueden ser inequitativas ante la visión que la sociedad tiene de ellas (Cruz-Aldrete, 2021; Cruz-Cruz, 2020). Por ejemplo, al ser considerados personas enfermas, con cuerpos fallidos, sin competencias adecuadas para su aprendizaje o sin representatividad social para desarrollar mejores condiciones de vida, aspectos que, según especialistas, son fomentados por el dominio de la perspectiva médica sobre la socioantropología o sociolingüística.
Lo anterior busca mostrar cómo el término que usamos para referirnos a un mismo grupo puede cambiar por completo su significado. Por ejemplo, al decir «sordos» (con s minúscula), hablamos de personas con DA; en cambio, cuando usamos «Sordos» (con S mayúscula), nos referimos a personas que forman parte de una Comunidad Sorda, con identidad y cultura propias. Aunque la diferencia parezca solo ortográfica, en realidad se basa en distintas formas de conocimiento, que no son fijas ni universales, sino que cambian según la época, el enfoque científico y el contexto cultural.
En esta entrada, queremos centrarnos justamente en la importancia que la cultura y la interculturalidad tienen para promover mejores formas de interacción entre quienes pertenecen a las Comunidades Sordas y quienes nos vivimos como oyentes. Muchas veces, lo que se acepta o se permite en un contexto específico depende de los conocimientos, creencias, actitudes, comportamientos, o ideales que son validados por una cultura, así como el grado de apertura hacia la interculturalidad.
Cultura Sorda y oyente: Diferentes y conectadas
Para hablar de la cultura Sorda y la oyente tomaremos la definición que Néstor García hace sobre el concepto de «cultura» en su texto «Diferentes, desiguales y desconectados: mapas de la interculturalidad», En el cual señala que la cultura abarca el «conjunto de procesos sociales de producción, circulación y consumo de la significación en la vida social» (García Canclini, 2005). Es decir, llamamos cultura a todo aquello que es producido o usado en la sociedad, como el lenguaje, las interacciones, prácticas, conocimientos, creencias, etc.
El antropólogo también menciona que la cultura, como proceso, no es estática o acabada, en tanto depende de las diferencias históricas y contextuales. Tal variabilidad permite que un fenómeno, objeto o conocimiento pueda significarse y apropiarse de distintas maneras por diferentes culturas y épocas.
Ahora, si al estar en una cultura particular cambia lo que conocemos, creemos o cómo actuamos, podemos pensar que la percepción que tenemos de la realidad en la que vivimos, así como los elementos culturales que usamos, significamos y valoramos, también cambian. Es decir, cuando hablamos de cultura oyente o cultura Sorda, nos referimos a maneras distintas de ver, sentir y experimentar la realidad. Así como una serie de elementos diferentes que usamos para conducirnos por la vida y los espacios en los que interactuamos.
Quienes pertenecemos a una cultura oyente estamos habituados a experimentar el mundo a partir de dos sentidos principales, la vista y la audición. La audición es la base para la comunicación, aprendemos a hablar, leer y escribir por medio de la imitación de sonidos y la significación de los símbolos que constituyen nuestro lenguaje (las letras y sus distintos sonidos), nos conducimos por el mundo apoyándonos de las señales auditivas, por ejemplo, hablando con los otros, escuchando las noticias en la radio, programas de televisión o las señales de los semáforos en la calle.
Darle importancia a los elementos auditivos no es «malo» en sí, pero, lamentablemente, ante el dominio que se ha dado al aspecto sonoro de la interacción o la comunicación, muchas sociedades han incurrido en actos de audismo; es decir, en formas de discriminación hacia las personas Sordas, basada en creencias como que quienes pueden escuchar de forma «normal» son superiores a quienes no, que la sordera está relacionada con algún tipo de limitación cognitiva, o que las lenguas orales son más válidas que las basadas en los movimientos corporales.

Por otro lado, quienes pertenecen a una cultura Sorda interactúan con el mundo usando su cuerpo, la gestualidad, las señas y otros elementos visuales. Ser parte de ella implica reconocer la falta de audición como una característica identitaria, luchar por los derechos de las personas Sordas, así como por la reivindicación de su historia, de sus tradiciones y las formas de conocimiento que se gestan en ella.
Desde la cultura Sorda se busca generar espacios que sean inclusivos, que reconozcan otras formas de elementos más allá de los auditivos, como podrían ser formas de educación bilingües y biculturales, basadas en pedagogías que adecuen los contenidos para que sean más accesible y que contemplen el uso de la LS; la presencia de Intérpretes en Lengua de Señas (ILS) en las instituciones para que funjan como facilitadores de comunicación e interacción; y la concientización sobre sus derechos como miembros de una minoría lingüística.
Ahora, que la cultura oyente y la Sorda sean distintas no significa que sean incompatibles o que no puedan coexistir, porque de hecho lo hacen, puesto que como ya se mencionó, la cultura no es estática, no es única ni acabada. Es decir, no sería adecuado pensar que debemos homogeneizar las formas de pensamiento, de comunicación o de interacción. De hacerlo, incurriríamos en situaciones de audismo ante el dominio de personas oyentes sobre las Sordas.
Por el contrario, proponemos investigar, reflexionar e imaginar acciones que nos permitan entrar en un diálogo intercultural entre las personas Sordas y las oyentes, de manera que sea posible crear espacios más equitativos para todas y todos, respetando y valorando los elementos culturales que nos diferencian y nos conectan.
Interculturalidad: un diálogo entre las culturas Sorda y oyente
Dejando claro que no hay una sola cultura y que estas no son estáticas o universales, es importante hablar de otro concepto que se basa en el reconocimiento de las distintas culturas y en el hecho de que no están aisladas unas de otras, sino que coexisten en la realidad social. Nos referimos a la interculturalidad.

La interculturalidad alude al reconocimiento de la existencia de diversas culturas que, muchas veces, comparten espacios o contextos históricos. En ese sentido, García Canclini (2005) nos dice que la interculturalidad sirve como una herramienta que nos permite entender y reentender los saberes que existen en las distintas culturas, puesto que implica un proceso de reflexividad crítica para pensar los límites y alcances de la diversidad, así como encontrar los nexos en común entre el mundo que nos rodea y el que nos es ajeno, en un proceso de interacción, traducción simbólica y negociación de sentidos.
Lo anterior se logra, partiendo de la idea de que la interculturalidad promueve el diálogo respetuoso y horizontal entre culturas diversas, reconociendo sus saberes, lenguas y formas de vida, lo que implica que no se trata de «tolerar» o «integrar» la diferencia, sino de construir formas de relación basadas en la equidad, el reconocimiento y el cuestionamiento de las dinámicas que legitiman la «jerarquización cultural» y la exclusión histórica. Por ejemplo, cuando reconocemos que en nuestro contexto existen personas que han sido vulneradas, excluidas o violentadas por no alinearse a las creencias, pensamientos o formas de actuar de la mayoría, como podría ser el caso de quienes pertenecen a comunidades de pueblos originarios, a los miembros de la comunidad LGBTIQ+, y en nuestro caso, las Comunidades Sordas.
En lo práctico, García Canclini propone generar experiencias que expongan a contextos interculturales y fomenten el cuestionamiento ético. Un ejemplo claro es la relación entre personas Sordas y oyentes, marcada muchas veces por la imposición de formas de comunicación auditivas, que han invisibilizado la LS y la Cultura Sorda. La interculturalidad, en este caso, no se trata solo de «integrar» a las personas Sordas, sino de reconocer su forma de comunicarse, valorar sus experiencias y garantizar que su lengua sea visible y respetada.
Quizás pensar que todo un grupo sea excluido solo por la prohibición de usar su cuerpo como forma de comunicación parezca demasiado para ser real, pero no, en realidad puede verse representado en la mayoría de los lugares en que habitan las personas Sordas. Sin embargo, esto no significa que no haya posibilidades de mejorar en equidad social. Justamente la interculturalidad puede servirnos para propiciar mejores espacios y condiciones.
Estrategias basadas en el diálogo intercultural entre personas Sordas y oyentes
El diálogo intercultural entre personas Sordas y oyentes va más allá de integrar a las personas Sordas en escuelas u otras instituciones, o de simplemente reconocer que comparten espacios con quienes no pertenecemos a sus comunidades. Implica, en cambio, llevar a cabo acciones concretas que promuevan el encuentro y el reconocimiento mutuo entre ambas culturas. Significa generar espacios de encuentro donde las culturas Sorda y oyente se reconozcan como legítimas, valoren y fomentando los derechos, saberes y formas de comunicarse. De ahí que, a continuación, te proponemos estrategias basadas en el diálogo intercultural, orientadas a un mayor bienestar social.
Educación basada en la interculturalidad
Desde la docencia, podemos propiciar formas de educación intercultural cuando se fomenta la participación de ILS dentro de las aulas, incentivando los conocimientos que se originan dentro de las Comunidades Sordas, a la vez que se cuestiona la forma en que las personas oyentes conocemos y nos relacionamos. Esto puede llevarnos a desarrollar empatía e interacciones más amables dentro y fuera de las aulas. Incluso, podemos convertir los espacios educativos en plataformas para que las personas Sordas nos enseñen su lengua o nos expongan sus experiencias.
La capacitación en LS a todas y todos en la comunidad educativa es otra forma de propiciar formas de educación basadas en la interculturalidad. Es más, dicha capacitación podría aplicarse de igual manera a otras instituciones, como las hospitalarias, jurídicas, administrativas, entre otras.
Reconocimiento de la Cultura Sorda y la LSM
De la mano del punto anterior, es importante que como sociedad conozcamos la historia detrás de las Comunidades Sordas. Esto no significa que debamos ser expertas o expertos, pero sí ampliar el panorama y acceder a información que nos ayude a comprender su cultura, sus derechos y sus luchas. Este conocimiento nos ayudaría a respaldar su derecho a la inclusión social, valorar la importancia de los ILS —y de la LSM en el caso de México—, así como cuestionar las posturas que entienden la sordera únicamente como una discapacidad.
Promoción de la participación de personas Sordas

Otra estrategia basada en la interculturalidad consiste en promover la participación activa de las personas Sordas en diversos espacios y actividades. Esto incluye su involucramiento en la toma de decisiones políticas que recaen sobre su comunidad, lo que permite visibilizar su agencia y liderazgo. Tambien implica crear mecanismos que faciliten el acceso a los medios de comunicación masiva, su tránsito por instituciones públicas sin barreras lingüísticas, e incluso garantizar acciones cotidianas como el diseño de señaléticas en espacios públicos basada en elementos visuales de fácil comprensión.
Encuentro de experiencias y espacios interculturales
Además de promover la enseñanza de la LS, es importante crear actividades que fomenten la interacción entre personas Sordas y oyentes. Esto puede lograrse a través de talleres, conversatorios, eventos culturales o artísticos, e incluso en espacios cotidianos como cafeterías, centros culturales o comunitarios, donde se favorezca el encuentro libre de prejuicios. Estas experiencias permiten un acercamiento más personal y empático hacia las vivencias de las personas integrantes de las Comunidades Sordas, conocer sus formas de entender la realidad que compartimos y detectar puntos de diferencia y de unión, con el fin de desarrollar espacios más inclusivos basados en el diálogo intercultural.
En resumen, el diálogo intercultural puede ser una herramienta poderosa para fomentar el bienestar social entre personas Sordas y oyentes, siempre que se sustente en el respeto mutuo, la equidad y el reconocimiento de la diversidad como un valor. Esto no implica adaptar a las personas Sordas al mundo oyente, ni rechazar los saberes construidos fuera de la Comunidad Sorda, sino transformar la sociedad para que sea más justa, accesible e intercultural para todas las personas.
Para seguir aprendiendo
Reflexiones sobre la interculturalidad en la Comunidad Sorda (LENCUA, Lengua y cultura accesible, 2024) / Video.
Aprender a ver: una introducción al estudio de la LSM (Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2024) / Video.
Inclusión e interculturalidad para la cultura Sorda: caminos recorridos y desafíos pendientes (IE Revista de Investigación Educativa de la REDIECH, 2020) / Artículo académico.
Brandon Almaraz Cortes (psico_brandon_almaraz). Profesor de la Universidad de Guadalajara, Maestro en Psicología Educativa y estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales por la misma institución. Investigador de los paradigmas de la discapacidad, la educación inclusiva y la Cultura Sorda. Cofundador de Narrando Colectivas AC.