Luis Ángel Oseguera Farías

La activista negra Angela Davis sentó una de las frases más populares en las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos y que hoy es retomada en las luchas antirracistas del vecino del norte. Ella decía que «en una sociedad racista, no basta con no ser racista, hay que ser antirracista». Es decir, no solo se trata de asumir un papel pasivo, como no ser individualmente racista y ya, sino que para transformar una sociedad en la que persiste el racismo se tiene que asumir un compromiso activo. Esto implica definir, cuestionar y transformar el orden colonial impuesto desde hace siglos, que se expresa con el racismo, y que ha jerarquizado a toda la sociedad poniendo a algunas personas por encima de otras por sus colores de piel, sus idiomas, sus formas de organización, sus creencias, sus cosmovisiones, etcétera. El primer paso para transformar tal orden es cuestionarse a uno mismo y a una misma «¿será que soy racista?» y, después, cuestionar todos los espacios en los que se participa.

En esa misma tónica, por ejemplo, el historiador afroestadounidense Ibram X. Khendi, en su libro How to be an antiracist (Cómo ser antirracista, en español), señala que no existen las políticas públicas neutras en términos raciales. Así que, toda política pública o sostiene el racismo, o busca modificarlo. Por lo que, en ese sentido, es necesario avanzar la discusión hacia incluir de manera expresa una perspectiva étnica en las políticas públicas, como ya se expresa en términos de género. En ambos casos, no debe ser solo un adorno, sino un análisis serio y una alternativa de intervención seria.

¿Por qué iniciar con esto? ¿Por qué hasta ahora no se ha leído la famosa palabra interculturalidad? Porque quiero provocar un poco, ya que las palabras racismo y antirracismo nos causan bastante más incomodidad que otros términos incluido, pienso, eso de la interculturalidad. Y es que la afamada interculturalidad no ha sido más que una palabra para adornar discursos, políticas públicas, convocatorias, universidades, escritos académicos y divulgativos, asociaciones, etcétera. Porque resulta que vivimos en el mundo al revés; cuando muy poco o nada es intercultural, a muchas cosas se le nombra interculturales, como ejemplifico más adelante.

En ocasiones eso de «intercultural» parece como el lavado de manos de las decisiones tomadas desde el privilegio blanco. Son decisiones que pretenden atender las desigualdades racistas históricas sin tomar en cuenta a las personas que han sido violentadas.  Eso es algo que se tiene que cuestionar porque mucho de lo que se nombra «intercultural» es tremendamente racista.

El racismo de las universidades «interculturales»

Las universidades interculturales han sido una política pública impulsada por el Estado mexicano desde inicios del siglo XXI, luego de la reforma al artículo 2º constitucional en 2001 en materia de derechos de los pueblos indígenas. Además, existen otras universidades fundadas por esfuerzos de los propios pueblos y de organizaciones civiles, pero estas son las menos.

En una ocasión, hablando con un amigo Na´ayeri (etnia indígena del estado de Nayarit, México), me platicaba que a él le disgustaba eso de que en las llamadas «universidades interculturales» solo ofertan carreras como agronomía, desarrollo rural, lingüística, estudios étnicos, educación comunitaria, sustentabilidad, entre otras. Obviamente, a casi todas esas carreras les agregan un «intercultural» al final.

En esa línea, planteo algunos cuestionamientos pertinentes sobre estos espacios para después responder cada uno desde mis reflexiones. ¿Por qué las universidades interculturales solo están en ciertos municipios de lo que llaman «regiones indígenas»?, ¿por qué no hay universidades «interculturales» en otras regiones o en las ciudades?, ¿por qué a esas universidades solo pueden ingresar estudiantes indígenas?, ¿por qué solo ofertan cierto tipo de carreras?, ¿por qué no se ofertan esas carreras en otras universidades?, ¿son «interculturales» esas universidades?

La decisión de instaurar «universidades interculturales» en algunas llamadas «regiones indígenas» puede leerse como algo tremendamente racista porque hace parecer que solo en esas localidades pueden ofrecerse espacios educativos de ese estilo y no en otros en los que no necesariamente haya mayoría de poblaciones indígenas. Luego, al menos en México, el acceso a esas universidades es casi exclusivo para estudiantes indígenas; eso puede parecer una medida compensatoria frente al racismo histórico del que han sido sujetas estas poblaciones, sin embargo, puede ser más bien algo racista, porque mientras se les excluye de otras universidades se les confina a estas que, además, por lo general, son de baja calidad y con espacios no siempre adecuados. Cabe agregar que muy pocas veces se piensa en las personas afrodescendientes como parte de esos espacios (hay población negra en México y casi en todo el mundo), ya que muchas veces pareciera que esa «interculturalidad» busca el folclor y eso no lo pueden ofrecer muchas personas que se adscriben como afrodescendientes. Otro aspecto fuertemente racista.

Además, se ofertan algunas carreras como las ya mencionadas, como si hubiera una pretensión más bien racista de que las y los estudiantes indígenas solo estudien ese tipo de áreas y no otras en el absoluto ejercicio de su autonomía. ¿Por qué no se les ofertan en esas universidades carreras como arquitectura, por ejemplo? ¿Será porque se piensa que la arquitectura no puede ser intercultural? Pues eso es supremamente racista. ¿O será que el Estado mexicano pone en marcha esas universidades para cumplir con el mandato constitucional de «garantizar educación intercultural» a las personas indígenas y se le hace muy difícil pensar que otro tipo de carreras también pueden incluir análisis interculturales?

Sigamos: si no se ofertan programas educativos interculturales en localidades no necesariamente con mayoría de población indígena, ¿no es eso, de nuevo, algo racista? ¿Qué pasa con las personas indígenas que residen en las ciudades?, ¿a ellas se les va a excluir de los procesos interculturales?, ¿o es que eso de la «interculturalidad» solo aplica para algunas personas indígenas y para otras no? ¿Por qué no se concientiza al resto de la población en materia de interculturalidad? La interculturalidad es para todas las personas. Si no, de ninguna manera podremos lograr una sociedad más igualitaria en la que se reconozca con el mismo valor a todas las culturas que la componen.

Para terminar con estos cuestionamientos tenemos que considerar si efectivamente esas universidades son «interculturales». No basta con que se nombren así y con agregar ese calificativo a los programas. Lo que puede hacer intercultural, o no, a un espacio educativo en este caso, no es la simple expresión, sino la visión de validez o invalidez que se le da a cada uno de los conocimientos y la jerarquización que se les da a los mismos.

Transformar el racismo para un diálogo intercultural posible

Este asunto de la educación es apenas un ejemplo del resto de temas a los que cómodamente se les agrega ese discurso sin entender lo que significa. De acuerdo con la UNESCO, interculturalidad «se refiere a la presencia e interacción equitativa de diversas culturas y a la posibilidad de generar expresiones culturales compartidas, a través del diálogo y del respeto mutuo». Retomando esa definición, aún estamos lejos de poder entablar un diálogo intercultural; si acaso, estamos en un proceso para poder hacerlo en un futuro.

Pensémonos desde donde estamos, ya sea en algún punto de México, de América Latina, de América del Norte o de cualquier otra región del mundo. Es claro que hay una enorme diversidad de personas, de pueblos, de naciones y de culturas. Existe un entramado de sociedades diversas, multiculturales e incluso plurinacionales —en el sentido de que no solo se reconoce la existencia de diversidad cultural, sino también de organizaciones sociales, políticas y económicas en cada pueblo con historia propia. Pero, debido a las estructuras coloniales que permean hasta la actualidad y en los propios términos de la definición de la UNESCO antes citada, difícilmente puede decirse que en algún lugar haya una convivencia intercultural.

No bastan diálogos cómodos y simbólicos para cambiar ese colonialismo expresado en el racismo. Se requieren esfuerzos mayúsculos de transformación económica para redistribuir las riquezas generadas por toda la sociedad, pero concentradas en unas cuantas personas —lo que genera una enorme desigualdad y un empobrecimiento que golpea mayormente a las poblaciones históricamente racializadas como inferiores en la jerarquía colonial.

Transformar esa realidad también implica definir y desmontar los proyectos raciales de cada Estado. Es común, por ejemplo, escuchar que en México no hay racismo porque no hubo segregación racial como en Estados Unidos o Sudáfrica. Sin embargo, como señala Mónica Moreno, académica negra mexicana, el racismo en México no se puede entender si se lee desde un proyecto racial excluyente como el de esos países, sino que debe leerse desde lo que ha significado el mestizaje como un proyecto asimilacionista y de ostracismo, que ha operado contra las personas y poblaciones indígenas y negras de México a través del despojo y negación de sus territorios, culturas e identidades. Así, lo más pertinente es analizar los proyectos raciales de cada Estado desde su propia historia.

Por último, tomando ideas de la lingüista mixe Yásnaya Elena Aguilar, no es posible dejar atrás ese colonialismo —que tiene en su cara pública al racismo— sin transformar al sistema patriarcal con su machismo y al sistema capitalista con su clasismo. Porque, así como el colonialismo racializa, el patriarcado binariza y el capitalismo desiguala. Estos tres sistemas se interconectan para clasificar, jerarquizar y oprimir a las personas. Por ello, considero que es fundamental tejer alianzas entre las diversas luchas antirracistas, indígenas y negras, con las luchas feministas y LGBT+, y con las luchas obreras, campesinas y populares. Un diálogo intercultural, entonces, será posible.

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Luis Ángel Oseguera Farías (@L_AngelOseFar). Afromexicano. Integrante del colectivo Jóvenes Indígenas Urbanos. Estudia Gestión Pública y Políticas Globales en el ITESO. Fue Delegado Juvenil Afrodescendiente de México ante la ONU en la Asamblea General de 2019.

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