Natalia Aruguete

El aumento, no siempre estable, del consumo de medios tradicionales se conjuga con el uso intensivo de redes sociales virtuales, aunque con una evolución voluble en el consumo de información en línea, con subas significativas y caídas abruptas. Las motivaciones para conectarse a redes sociales digitales son mantenerse informados, conversar sobre política, saber más acerca de amigos y familiares o aburrimiento; en ese orden decreciente. Es decir que la principal razón que explica la conexión a redes es social; la segunda, cognitiva (Calvo y Ventura, 2020).

Que estemos más expuestos, expuestas, a la comunicación virtual, no nos hace más conscientes de lo que ocurre; tampoco nos da mayores certezas acerca de datos y precisiones que pinten los eventos políticos a partir de sus atributos sino, más bien, de las definiciones colectivas que les asignamos. En algunas ocasiones, esa socialización virtual nos expone al consumo incidental de una cantidad desmesurada de mensajes noticiosos, muchas veces espurios y provenientes de medios u otros actores apócrifos. Consecuencia de ello, perdemos noción de la fuente que produce esa información al tiempo que nos formamos una idea fragmentada y descontextualizada de la realidad política y social. Como efecto ulterior, ganamos en cinismo ciudadano, lo que socava nuestra confianza en el otro, en las instituciones de todo tipo y, más importante aún, en la política y en la democracia.

Nuestra relación con el contenido virtual no es invariante, depende en gran medida del escenario sociopolítico en el que tiene lugar la creación y circulación de mensajes. Los escenarios polarizados política, social y afectivamente, son condición de posibilidad para el incremento de sentimientos negativos hacia el grupo externo o el partido al que nos oponemos. En tales ocasiones, la conversación en redes sociales delinea escenarios servidos para intervenciones que consolidan las jerarquías políticas, económicas y culturales existentes, y en las que personas profesionales y operadoras de la política aprovechan las ventajas de un sistema que personaliza las relaciones entre «amigos en línea» para esparcir su cosmovisión entre pares y seguidores. En algún sentido, la virtualización de la vida cotidiana nos ha «conminado» a participar de mecanismos de violencia singulares, distintos a los que caracterizan los encuentros cara a cara. Se trata de una violencia de la que participamos tanto activa cuanto pasivamente: quedamos expuestos, expuestas, a ataques e intimidaciones, aunque también los ejercemos.

La polarización describe ese incremento percibido en la distancia que existe entre dos o más partidos o entre dos o más candidatos o candidatas. Partimos de la premisa de que, más allá de las evaluaciones racionales exhaustivas que hagamos, cierto tipo de mensajes —más aún si contienen información negativa que afecte a alguna de las partes del diálogo virtual— pueden alterar los antagonismos que usamos para posicionar a los actores políticos, más allá de que esos posteos cambien o no nuestras creencias previas.

Desde hace unos años, diversos investigadores e investigadoras proponen estudiar la polarización social o afectiva, enfocada en el sesgo emocional como predictor de la grieta*, aun en aquellos casos en los cuales los partidos propongan políticas que son relativamente similares. La respuesta afectiva no consiste en un alineamiento —o distanciamiento— racional y exhaustivo con la interpretación que otro hace de un evento determinado. Los mensajes nos interpelan afectivamente cuando nos enojan, nos indignan, nos dan asco, cuando comunican información que apela a nuestras creencias previas y nos convocan a interpretar la (des)honestidad, mezquindad y calidad humana de aquellos con quienes disentimos. La identificación partidaria —predictora de los sentimientos de temor y aversión extendidos— es una de las expresiones de esa polarización afectiva, en tanto influye en la distancia emocional, más que cognitiva, que nos aleja de un otro distinto. Por cierto, el estudio de la identificación partidaria se ha extendido a decisiones que exceden las preferencias políticas.

* El término «grieta» se utiliza en Argentina para referirse a la actual polarización política existente entre peronistas y antiperonistas. Sin embargo, el término fue utilizado por el periodista Jorge Lanata en 1989 y publicado como título en una contratapa del diario Página/12, en referencia a «la división entre quienes añoraban a los militares y los que no».

Polarización afectiva en redes sociales

¿Es posible pensar que la creación de un tuit, así como su difusión y circulación en las redes sociales, sea consecuencia de la polarización y, a su vez, causante del aumento de esa percepción de distancia de aquello que no nos gusta? La polarización virtual decanta en burbujas de filtro con una fuerte cerrazón cognitiva que, ubicadas a ambos extremos del espectro ideológico, refuerzan el intercambio homofílico de mensajes entre los miembros de una comunidad. Ese «amor por los iguales» se traduce en un rechazo de toda narrativa que no se asemeje a nuestra cosmovisión del mundo y garantiza la difusión de discursos de odio. Las grietas en el diálogo digital están motivadas por factores subjetivos y por lógicas estructurales del funcionamiento de las redes sociales, que contribuyen a una concentración creciente de la información en pocas autoridades e influenciadores.

Las burbujas de filtro cerradas no resultan solo de nuestras intolerancias subjetivas sino de la propia estructura topológica de las redes sociales. De allí que a las decisiones individuales de trabar relaciones entre «iguales» se suma esa forma en la cual estamos interconectados, con filtros personalizados ofrecidos por los algoritmos virtuales y aguzados para detectar las preferencias de los habitantes de distintas comunidades y distribuir contenidos a la medida de sus cosmovisiones. Es gracias a esa dinámica estructural que aquellos contenidos con los que acordamos tienden a estar sobrerrepresentados, cual si fueren cámaras de eco, en nuestro entorno virtual y, por ende, a popularizarse con menor resistencia entre nuestros contactos inmediatos.

En suma, el desacuerdo cognitivo e ideológico que se despliega en distintas regiones de las redes sociales es la explicación subjetiva del rechazo a mensajes con los que las personas usuarias no acuerdan. Su contrapartida, la formación de interpretaciones contrapuestas a un lado y al otro del río. Que distintos mensajes puedan ser interpretados con mayor o menor claridad afectiva da cuenta de su potencial para construir identidades políticas. Y es entonces cuando, a mayor activación de esa grieta, los actos de intolerancia, de incivilidad y de bullying marcan la forma y el ritmo de una confrontación discursiva que nos lleva hasta extremos irreconciliables.

Para seguir aprendiendo

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