Gabriel Pérez Salazar

En muchas ocasiones se ha dicho que plataformas de medios sociales como Facebook y Twitter han modificado profundamente la manera en que las personas usuarias interactuamos. Sin duda, se han convertido en importantes mediaciones sociotécnicas en muchos de los procesos de comunicación en los que participamos cotidianamente quienes tenemos la fortuna de contar con acceso a internet (no olvidemos que, según Internet Word Stats, a nivel global, poco menos de dos de cada cinco personas sigue en la dimensión de brecha digital).

Hasta inicios de 2019, el ecosistema digital parecía haber alcanzado un estado de efímero equilibrio, en términos de los principales protagonistas en este entorno, con Faceboook (y otras apps también propiedad de Zuckerberg como WhatsApp e Instagram), YouTube y Twitter a la cabeza —todas de capital estadounidense.

La irrupción de TikTok (que es lanzada a nivel global el dos de agosto de 2018, luego de su fusión con Musical.ly) ha modificado nuevamente el panorama de los medios sociales. Quizás el giro más inesperado para algunas personas fue que se trataba de una aplicación propiedad de una empresa china (ByteDance[, fundada por Yiming Zhan). Desde la Economía Política de la Comunicación, esto ha implicado un muy notable cambio en la tendencia observada en este sector relativa al origen de su capital.

Las cifras asociadas a esta app (que es empleada de manera muy importante por personas entre los 16 y 24 años de edad) son dignas de mención: ha tenido alrededor de dos mil millones de descargas y, para julio de 2020, se reportaban cerca de 800 millones de personas usuarias activas a nivel global. Para cualquiera con interés en los fenómenos de la cultura digital, es imposible permanecer al margen de este servicio como posible objeto de estudio o, al menos, de interés.

Su algoritmo —según lo que han revelado sus administradores— se basa en un modelo de inteligencia artificial (del tipo machine learning), que va aprendiendo cuáles son los intereses y preferencias de quienes la utilizan conforme van seleccionando contenidos y relaciones, de manera que se da preferencia a aquellos videos que la plataforma considera que tienen una mayor probabilidad de captar su atención.

De manera similar a como ocurre con Facebook y Twitter, esto tiene como efecto secundario las llamadas burbujas que reducen la diversidad de contenidos a los que una persona usuaria es expuesta, llevándola a consolidar su particular forma de interpretar el mundo.

Sin aparente distinción sobre el origen de su capital, este parece ser uno de los costos del uso de este tipo de aplicaciones, además de los reiterados señalamientos sobre invasión a (o más bien pérdida voluntaria de) la privacidad y manipulación intencional de los algoritmos por parte de estrategas políticos y de opinión pública.

Foto de Kon Karampelas.

Miradas posibles desde el campo de la Comunicación

Desde la Comunicación, podemos pensar a estas aplicaciones como campos de interacción (noción trabajada por Bourdieu) en los que todo intercambio de sentidos se posibilita —y limita— a partir de una infraestructura sociotécnica que está diseñada, en primer lugar, para captar y mantener la atención de los usuarios como base para su modelo de negocios. No son, como se ha dicho en otros espacios, versiones digitales del ágora ateniense. Si de proponer metáforas se trata, quizás una imagen más adecuada sea la de un club de autorreferenciales, eventualmente vociferantes y más bien necios conocidos charlando entre sí en medio de un centro comercial (que es capaz de ajustar en el acto su oferta a esta conversación de la que no pierde detalle); donde, a pesar de ello, a veces ocurren intercambios significativos.

Estas preocupaciones sobre los medios digitales han dado lugar a una gran cantidad de estudios sobre los efectos de dichos algoritmos en la política, la propagación de las «noticias falsas» y la radicalización discursiva que es posible observar en algunos rincones del ciberespacio (fenómeno particularmente visible en Twitter alrededor de cualquier asunto en el que confluyan distintos puntos de vista e ideologías).

Los trabajos académicos hechos en torno a TikTok empiezan a llenar los espacios en los congresos (de momento virtuales por la pandemia) y revistas especializadas, como a principios de la década del 2000 ocurrió con los blogs y durante los últimos 10 años alrededor de Facebook y Twitter.

Todo parece indicar que cada vez que surge una nueva plataforma que alcanza los niveles de uso y notoriedad que ya hemos mencionado, se vuelve pertinente su estudio a partir de algunas de las más consolidadas líneas conceptuales del campo académico de nuestra disciplina: desde el Funcionalismo con los Usos y Gratificaciones y la Espiral del Silencio; hasta los Estudios Culturales y —por supuesto— la Economía Política de la Comunicación, pasando por la educomunicación, la comunicación política, las relaciones públicas, la semiótica, los estudios de género, la sociedad civil y cualquier otra veta que se nos pueda ocurrir.

Al momento de escribir esta publicación para el blog de la Cátedra UNESCO, aunque Google académico ya encontraba alrededor de 4 mil 580 trabajos sobre esta plataforma, en bases de datos como Redalyc y Latindex aún no había ningún trabajo indexado bajo «TikTok» como término de búsqueda. Aunque no creo que tarden mucho en aparecer los primeros, este hallazgo podría llevarnos a algunas reflexiones acerca de nuestra capacidad de problematizar este tipo de fenómenos desde nuestros contextos latinoamericanos, y sobre la agilidad en los mecanismos de divulgación a los que solemos recurrir.

En tanto mediación sociotécnica y cultural (esta segunda, en el sentido de Jesús Martín-Barbero), a partir de la cual se genera el intercambio de sentidos y la puesta en común entre los participantes, TikTok se suma a los espacios virtuales en los que encontramos desde prácticas de aprendizaje y de ciudadanía digital, hasta la expresión de la intolerancia a la diversidad, como fenómenos de la comunicación que es posible estudiar de manera rigurosa y sistemática. El reto, como siempre, es aproximarse con una actitud abierta y libre de prejuicios, y con disposición a ensayar o adaptar nuevas herramientas metodológicas que nos permitan entender lo que está ocurriendo frente y detrás de nuestras multiplicadas pantallas.

Para seguir aprendiendo

Gabriel Pérez Salazar. Profesor–investigador en la Universidad Autónoma de Coahuila. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales (con orientación en Ciencias de la Comunicación) por la Universidad Nacional Autónoma de México. Blog: https://gabrielperezsalazar.wordpress.com/

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