Guillermo Orozco Gómez

Con esta frase del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, el retorno a clases el 30 de agosto se ve más como una decisión política que educativa. Una decisión arriesgada, aunque deseable y quizá hasta necesaria, que dada la falta de preparativos suficientes para la apertura de las escuelas, resulta atropellada, ya que no se han ido desarrollando suficientemente las condiciones pertinentes para hacer realidad un buen regreso para todas y todos: docentes, madres y padres de familia y, sobre todo, niñas, niños y adolescentes del sistema educativo nacional 

Después de varios meses de pandemia es claro que todos queremos volver a la «normalidad» anterior a la aparición del virus SARS-CoV-2. Pero este deseo legítimo está aún lejos de alcanzarse, sobre todo en lo educativo, porque durante la larga etapa de año y medio en la que se suspendieron las clases presenciales, no se tomaron todas las medidas necesarias, ni se hicieron todos los ajustes requeridos para facilitar un regreso mejor planeado a ellas, sobre  todo porque muchas escuelas nunca han tenido las condiciones materiales y de servicios necesarias, como agua corriente, y otras muchas fueron vandalizadas durante su periodo de cierre por la pandemia.

Durante el año y medio sin clases no se llevó a cabo un reacondicionamiento sustantivo de las escuelas, en especial de sus  sistemas sanitarios. Las opciones de capacitación de los docentes en el uso de tecnologías para apoyar su trabajo pedagógico, si bien tuvo propuestas específicas, no fue generalizada.  

Tampoco se habla de preparar a las familias sobre prevención y atención del propio virus, ni para prestar su apoyo pedagógico de manera más efectiva y puntual al proceso educativo de sus hijas e hijos en su regreso a las aulas, ni se anuncia que se dará una capacitación justo antes de la reinserción del estudiantado a sus escuelas, lo cual sería deseable. Tampoco se prevé el tipo de acompañamiento que se hará tanto a madres y padres de familia como a docentes y funcionariado de la Secretaría de Educación a lo largo del territorio nacional.

Las autoridades se han manifestado inamovibles en la decisión de regreso a la presencialidad en las escuelas, comenzando por el presidente, quien dijo: «En la vuelta a las aulas hay que correr ciertos riesgos» y siguiendo con los demás niveles, incluido el del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) como organismo oficial del magisterio que ha exigido a todos los maestros mexicanos su «regreso obligatorio a clase» y de los 32 titulares estatales de Educación —que por unanimidad suscribieron un acuerdo nacional para el regreso presencial a las escuelas públicas. 

Pero, más allá de declaraciones apoyando y reforzando la consigna presidencial, los diversos actores políticos oficialistas involucrados (SEP y SNTE) no han hecho un cuestionamiento sustantivo y puntual, ni han ofrecido algún plan concreto para garantizar que el personal educativo involucrado en la educación pública esté listo para arrancar sus clases el 30 de agosto en mejores condiciones que antes

El gobierno ha optado por operar un retorno a las escuelas desde arriba. Y esto, independientemente de la necesidad y los deseos de la mayoría de retomar la educación presencial, ha generado polémica, de la que las autoridades educativas no han estado ausentes y que ha incidido en modificar el discurso inicial del mismo presidente López Obrador . 

Seguramente que muchos niños, niñas y jóvenes quieren regresar a sus escuelas.  Esto se ha captado de algunas encuestas, especialmente de la consulta infantil y adolescente #CaminitoDeLaEscuela,  realizada por la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México que, además, abogó por sí regresar a clases.

El regreso a clases presenciales es, sin duda, un deseo legítimo. Las y los estudiantes han perdido un año y medio de clases, pero sobre todo de interacción con sus pares, de socialización, de juego, de ver a sus amistades y hacer nuevas, de pasar ratos agradables en los recreos, en fin, de vivir y crecer de manera normal.

Como varios teóricos y teóricas de la educación lo afirman, junto al aprendizaje, en y desde los libros y el pizarrón en el salón de clases, está ese otro aprendizaje o socialización indispensable que se lleva a cabo en y desde el patio de la escuela con los demás compañeros y compañeras. Este aprendizaje es también no solo muy importante, es imprescindible para el desarrollo educativo integral de los niños y adolescentes, siempre y cuando existan las condiciones materiales y de salubridad para no arriesgar a los educandos. Este aprendizaje debería ser hoy un gran motivo para el regreso a la escuela, no un motivo secundario. Por lo menos en algunas mañaneras recientes el Presidente López Obrador lo ha mencionado. 

La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), como organismo democrático del magisterio nacional, plantea que haya una “infraestructura escolar que dé seguridad a todos en las escuelas y prevenga contagios, así como una consulta a padres y estudiantes». 

Las consultas realizadas hasta ahora parecen no ser suficientes, aunque el planteamiento original presidencial se ha venido suavizando, dejando más abierta la decisión del regreso a clases a las familias, sin exigirles ni penalizar lo que en un principio se planteó de una «carta responsiva paterna» por la asistencia de sus hijos a las escuelas. No obstante, no se sabe qué pasará con las niñas, niños y adolescentes cuyas familias decidan que aún no regresen, más allá de que de alguna manera tendrán que seguir indicaciones de sus docentes.

Mientras se avanza con la discusión sobre el regreso presencial a las aulas, no se menciona cómo se va a lidiar con la ansiedad y temor al contagio que esto provoca a madres, padres y docentes y también a la mayoría de estudiantes. Al igual que en el caso en los Estados Unidos —donde se expande entre madres y padres de familia el sentimiento de que hoy, un año y medio después del brote de la pandemia, estamos con las mismas preguntas—, crece el miedo a la posibilidad de que niñas, niños y jóvenes se contagien, sobre todo con el creciente número de contagios en niños tanto en México como en los demás países, que originalmente no se habían tenido, y la sociedad sigue sin tener claridad en la decisión de regreso a la escuela.

Más allá de buscar certezas, es necesaria una mayor discusión de la decisión gubernamental sobre el actual regreso a clases, ya que se estará regresando a las escuelas en un escenario con muchas deficiencias, con más necesidades que nunca, y con mucha incertidumbre. 

En  última instancia,  la discusión necesaria una vez  que se ha decidido retornar a las aulas debería ser sobre  las posibilidades reales de implementar una estrategia de regreso situada, contextual y flexible, así como sobre lo que perdemos y ganamos los ciudadanos y ciudadanas  con cada decisión tomada frente a la crisis de salud.

Para seguir aprendiendo

Guillermo Orozco Gómez. Mexicano. Director general de la Cátedra UNESCO AMIDI UDG. Investigador Nacional Emérito. Profesor en la Universidad de Guadalajara. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el ITESO; Maestro y Doctor en Educación por la Universidad de Harvard. Especializado en alfabetización mediática, ficción televisiva y análisis de audiencias.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *