Aralim FigueroaRamírez

La industria musical se compone a su vez de tres industrias que se relacionan entre sí. Es a partir de estas como genera ingresos. La primera es la música grabada: aquella que genera ganancias a partir de la venta de grabaciones y discos en formatos físicos o digitales. La segunda es la industria de las licencias de interpretación, que obtiene ganancias a partir de los permisos de interpretación de piezas y de la propiedad intelectual. La tercera es la industria de la música en vivo, que genera ingresos por las ventas de entradas a conciertos (Wikström, 2013).

Napster y la digitalización de la música

Antes de la ruptura ocasionada por Napster, los mayores ingresos de la industria musical eran por la venta de discos. Los conciertos eran un escaparate de promoción para incrementar las ventas de música grabada y las giras de lanzamiento de álbumes eran muy comunes. Esto hacía también que los boletos de los eventos fueran baratos, ya que las ganancias reales no se depositaban solamente en el pago por las entradas.

Luego de su lanzamiento en 1999, Napster cambió estas condiciones al marcar el inicio de la popularización de los soportes digitales en la música. Esto significó el comienzo de la eliminación de los CD y otros soportes físicos en los que se vendía la música, para llegar a la era actual en la que el streaming es lo más usual. Esto ocasionó un cambió en la balanza: ahora los conciertos no producen los efectos de ventas de música grabada que anteriormente producían, lo cual pone de nuevo el acento en los precios de las entradas para hacerlos rentables por sí mismos. Asimismo, este cambio dificulta vender música grabada, ya que ahora es posible acceder a ella de manera gratuita al igual que a cualquier contenido de Youtube.

Más allá de los efectos culturales que tuvo la eliminación de un soporte físico y objeto de culto como lo era el disco, dichos cambios tuvieron efectos en la dimensión económica de esta industria, que pasó de vender 23 mil millones de dólares de música en soporte digital en 2001 a solamente vender 4 mil 200 millones en el 2020, mientras que las cifras por ventas de música en streaming eran apenas existentes en 2004, pasaron a los 13 mil 400 millones de dólares en 2020 (IFPI, 2021).

Las cifras anteriores nos dan pista del lugar que han tomado las plataformas de streaming musical (Spotify, Apple music, Amazon music, entre otras) en la industria, mismas que están mediando la relación entre el consumidor o consumidora final y la música.

Agregadoras y pocas ganancias: el panorama independiente

Las principales disqueras de la industria son llamadas «The Big Three» («Las tres grandes»): Sony BMG, Universal Music Group y Warner Music Group. Más que simples disqueras, son la división que se encarga de la parte musical de grandes conglomerados (Sony, Universal, Warner). The Big Three hacen tratos directamente con las plataformas de streaming para distribuir su música. 

Cuando me refiero a los músicos o músicas independientes hago referencia, sobre todo, a aquellas personas que no forman parte de alguno de estos conglomerados. Aunque es posible que haya algunas personas que pertenezcan a organizaciones —como disqueras pequeñas—, las considero como independientes ya que, aunque en menor medida, puede que sufran los efectos de estar fuera de un conglomerado y, por lo tanto, de ser un músico o música independiente.

Músicos o músicas independientes tienen, al igual que las grandes disqueras, la oportunidad de distribuir su música en las plataformas de streaming. Sin embargo, las condiciones en las que lo pueden hacer son muy distintas:

  • Las plataformas no hacen tratos directos de distribución con músicos o músicas independientes, por lo que se crearon otras instituciones llamadas agregadoras, las cuales median la relación entre los y las independientes y las plataformas, cobrando a quienes crean música un porcentaje o pago fijo a cambio de hacer llegar su trabajo a Spotify y demás.
  • Aunque las agregadoras le hacen el trabajo más fácil a las plataformas como Spotify, en realidad le hacen la vida difícil a quienes hacen música de manera independiente, ya que estas cobran un pago fijo por distribuir tu música: toman parte de las ya pocas ganancias que se generan por el streaming. El pago por reproducción en las plataformas de streaming musical oscila entre los 0.00004 a los 0.01196 dólares, del cuál habría que restar la parte que va para las agregadoras (Soundcharts, 2019).

Plataformas, centralización y control

Una de las principales preocupaciones de los músicos y músicas independientes, así como personas creadoras de otras formas de contenido es la brecha de valor. Este término ha sido usado para referirse a la brecha que existe entre el beneficio que obtienen otras instituciones de un contenido y el que obtienen las personas que lo crearon.

Lo que menciono anteriormente parece ser un efecto de la era de las plataformas, como lo son Uber, Didi, Airbnb entre otras. Al igual que Spotify y sus similares, realmente lo que ponen a disposición de sus personas usuarias es una plataforma mediante la cual pueden acceder al trabajo que hacen otras personas, dividiendo las ganancias entre plataformas y creadores y creadoras —en este caso, de música—.

Una cuestión ventajosa de las plataformas digitales es que estas no comienzan nunca generando un público desde cero, ya que solamente ponen en común a creadores, creadoras, y a quienes consumen su trabajo —en el caso de la música, entre personas creadoras de música y sus fans (Srnicek, 2018). Algo cuestionable es que además de lo anterior, las personas creadoras son quienes proveen de los contenidos a las plataformas, sin embargo, ellas mismas se ven condicionadas a pagar a éstas para posicionar sus contenidos frente a los de otras personas creadoras. Esto deja en claro que a las plataformas no solo no les interesa crear un entorno democrático y de iguales posibilidades para todas sus personas usuarias, sino que la visibilidad de un contenido frente a otro es algo que han convertido en una mercancía a la que se puede acceder pagando.

Pensando en lo anterior al respecto de las plataformas de streaming musical, es cuestionable el cómo ejercen al dar visibilidad o no a ciertos contenidos sobre otros. Un ejemplo de esto fue en su momento el cuestionamiento que se hizo a las playlists editoriales que Spotify publicaba, ya que nadie sabía cuál era la lógica que los curadores y curadoras de estas listas estaban tomando en cuenta para ponerlas a disposición de las personas. Luego de estas críticas, Spotify abrió la posibilidad, a quienes suben su música a la plataforma, de poder enviar sus piezas para ser consideradas en sus listas editoriales. Sin embargo, los criterios que se toman en cuenta siguen siendo desconocidos y realmente no se sabe si las acciones que tomaron fueron solamente para legitimar las actuales listas editoriales.

La promesa de las plataformas de música, que es un tanto similar a la del internet —poner en igualdad de posibilidades a todas las personas para mostrar sus ideas— parece diluirse con la adaptación de viejas prácticas para controlar la visibilidad de ciertos contenidos. Es el caso de la payola, práctica en la que las disqueras pagaban a las estaciones de radio para tocar sus canciones y así darles mayor visibilidad. La payola tiene entonces su versión actual en la que personas pueden pagar por incluir sus piezas musicales en playlists de renombre y así generar un efecto similar al de la vieja práctica.

La centralización y el control sobre los contenidos musicales puede ser cuestionable primeramente porque, como en muchas otras formas de contenidos, las personas creadoras no están obteniendo un beneficio, sino que son las plataformas quienes realmente obtienen una ganancia de ello. En segundo lugar, pone en duda que se ofrezca una igualdad de oportunidades al momento de distribuir y ofrecer los contenidos a las personas, ya que los algoritmos de las plataformas no son neutrales y operan bajo lógicas establecidas por las empresas. ¿Realmente hay un espacio democrático que nos permita conocer libremente las ideas (en este caso respecto a lo musical)?

Como audiencias todo lo anterior impacta en nuestra manera de consumir música. Nos hace cuestionarnos, a partir de estas mediaciones, si realmente consumimos lo que es de nuestra elección o si lo hacemos dentro del abanico de posibilidades que las plataformas han decidido que es mejor para ofrecernos a cada persona, con una lógica que prioriza las ganancias económicas para las mismas plataformas. Estos cuestionamientos son similares a los que se le han hecho a la plataforma de Facebook/Meta acerca de sus pocos esfuerzos para contrarrestar la desinformación, además de los datos que recientemente filtró Frances Hauge, una exempleada, sobre la omisión de estudios acerca de cómo afecta Instagram a los adolescentes o de qué manera los mensajes de odio en Facebook mantienen enganchadas a las personas en la plataforma. Pareciera que cada vez se desvelan más los intereses reales de las plataformas.

Algunas opciones que tenemos como audiencias es el uso de alternativas que pretenden plantear lógicas distintas en las que los creadores y creadoras puedan recibir realmente un pago por su obra, además de funcionar dando visibilidad a toda la música de manera más horizontal, como lo es Audius. A pesar de esto, hacen falta muchas más plataformas que ofrezcan realmente una retribución a quienes crean contenidos y sobre todo que puedan ofrecer espacios horizontales y democráticos para la difusión de estos. La diversidad de voces en el espacio informacional y de consumo de contenidos es algo importante por lo cual pugnar. De otra forma, estamos cediendo el control de nuestro consumo a ciertos conglomerados que producen más bien efectos centralizantes con intereses, sobre todo, económicos para sí mismos.

Para seguir aprendiendo

Aralim Figueroa-Ramírez (@aralimfr). Músico y Comunicador Público por parte de la Universidad de Guadalajara. Coordinador Académico en Fundación Tónica. Asistente editorial en la revista Diálogos sobre educación. Interesado en las industrias creativas analizadas desde la Economía Política de la Comunicación. Web: aralim.art

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