J. Manuel Corona

La pandemia por COVID-19 ha puesto a prueba en muy pocos días las capacidades tecnológicas y pedagógicas del sistema educativo, pero principalmente ha cuestionado la capacidad y disposición para repensar, participar y conducir las actividades académicas de miles de profesores, profesoras y estudiantes en todo el mundo.

Antes abordamos cómo combatir la infodemia y cuáles han sido los encuadres del coronavirus. Esta entrada reflexiona sobre cómo el trabajo académico por la pandemia de COVID-19 ha hecho visibles las limitaciones y áreas de oportunidad de las universidades, centros académicos, profesorado y estudiantado para implementar y desarrollar de manera efectiva una pedagogía disruptiva que asuma con honestidad que hay mucho por mejorar.

¿Qué significa transitar de las aulas presenciales a los múltiples espacios y lógicas de lo virtual?

El tiempo presente está definido por la incertidumbre. No sólo por la evidente incapacidad para prever con certeza el tamaño real de la crisis sanitaria mundial, y por la persistente posibilidad de enfermarse, sino porque ya desde antes de esta pandemia el mundo ha ido experimentando paulatinamente un cambio profundo en las lógicas de la producción, gestión y transmisión de conocimiento que, recordando al maestro Jesús Martín-Barbero, ha descentrado y descolocado lo educativo. Lo vivido en las últimas semanas es el descentramiento de lo educativo en modo súper rápido. Es en la velocidad de cambio, en la necesidad adaptativa y en la magnitud global, donde están el desafío y las oportunidades.

Ir de la educación presencial a la virtual durante las últimas décadas ha sido un esfuerzo constante y complejo que ha implicado la lucha en muchos frentes. Desde la educación a distancia —que se apoyó en la televisión— hasta las experiencias más nuevas —como la realidad aumentada— las enseñanzas y esfuerzos han sido muchos. De esto son muestra la amplia diversidad de congresos, programas universitarios, cátedras internacionales, informes mundiales y revistas académicas que dan cuenta de los esfuerzos formales y planificados para trabajar sobre el vínculo entre nuevas formas y posibilidades de la comunicación y los procesos educativos.

No deja de ser notable, por ejemplo, que Comunicar sea la revista científica (en español) de Comunicación que mejor se ha posicionado en las escalas internacionales (como SCOPUS y JCR), y que difunda y promueva investigaciones internacionales de la más alta calidad, precisamente, sobre Comunicación y Educación. Lo anterior es prueba contundente de que hay gran interés y conocimiento acumulado en la materia y una búsqueda constante por diversificar las perspectivas análiticas.

En la esfera educativa, estos tiempos de pandemia han significado migrar, casi de un día para otro, de la seguridad del aula tradicional a lo incierto de los entornos y lógicas virtuales y digitales. Ya en los años noventa, cuando Al Gore popularizó la idea de la supercarretera de la información, se anticipó un escenario social que hoy se ha desbordado. Ya no transitamos por aquella supercarretera sino por el inconmensurable mar de internet. Esa sensación de espacio inmenso y abierto que es internet ha confrontado a miles de profesores y estudiantes a una realidad difícil de sistematizar. Usar y elegir de entre las muchas posibilidades la opción adecuada para continuar las prácticas educativas no es para nada una tarea sencilla.

Ir de un espacio de aprendizaje a otro significa reconocer nuestra oportunidad para entender la educación desde otro lugar (aunque haya a quien le incomode). Por ejemplo, empatizar con las preocupaciones de nuestros alumnos y alumnas o reconocer, por fin, que toda forma tecnológica, por muy nueva y disruptiva que parezca, siempre es humana y dice cosas de nosotros, nosotras, y nuestra cultura.

Foto de Jonas Jacobsson en Unsplash.

¿Las universidades y centros educativos están dispuestos y preparados para incentivar el uso crítico de los recursos tecnológicos?

El problema central de esta crisis sanitaria en el ámbito educativo es la tentación (a veces inevitable) de reproducir la lógica de la enseñanza tradicional en las prácticas y entornos digitales e interactivos. Esta tentación no debiera ser duramente criticada si reconocemos que la gran mayoría de los actores educativos tienen muy poca o nula experiencia en la educación a distancia.

En estas carencias las autoridades educativas sí tienen mucha responsabilidad, principalmente porque se ha entendido a la tecnología apenas como un mero complemento que puede acompañar el modo clásico y tradicional de la educación —basado en la palabra escrita, el libro, la explicación, el profesor y los exámenes. En este sentido, se ha visto con cierto desdén a otros productos culturales que pueden ser motivo de muchos aprendizajes y que suelen estar más conectados con los estudiantes, como las series, los videojuegos, la música, el cine, y la redes sociodigitales en lo general. Lugares virtuales y mediáticos donde nuestros y nuestras jóvenes ya aprenden y dan sentido a sus experiencias.

En este contexto de crisis mundial y distanciamiento —más físico que social— las universidades, centros educativos y docentes estamos ante la oportunidad de promover competencias y saberes más vinculados con las preocupaciones actuales, y no sólo con la expectativa de un futuro laboral cada vez más incierto. Educarse hoy no debería significar una mera recapitulación temática que acumula información, sino una constante oportunidad para dar sentido al mundo y construir colectivamente experiencias que faciliten la construcción de una sociedad mucho más sensible y dispuesta al cambio.

¿Cuáles son los saberes más urgentes que necesitamos promover y trabajar?

No se trata de la mera utilización técnica individual sino de una comprensión que pueda inspirar, motivar y reconocer las pasiones y la potencia de lo colectivo. En este sentido, necesitamos promover saberes y aprendizajes orientados a un autoconocimiento que valore el propio sentir, el autodescubrimiento, la construcción de nuevas categorías y el reconocimiento de la posibilidad de cambio e intervención en el mundo y sus problemas.

Es indudable que necesitamos desarrollar estrategias que nivelen el terreno en cada caso, porque evidentemente las condiciones estructurales de acceso son aún muy inequitativas y porque el factor económico sigue marcando la pauta sobre cómo y cuáles son las experiencias y saberes que son en apariencia más útiles. Es necesario promover formas alternativas para lo educativo como la transmedialidad y la secuencialidad no lineal, categorías que hacen sentido y están en concordancia con nuestro continuum de vida online y offline.

Entre las propuestas concretas que creemos pueden ayudar en el mejoramiento de las prácticas educativas en el contexto remoto, enlistamos estas ideas, orientadas a una comprensión sistémica del momento y de las necesidades más urgentes:

  1. Privilegiar la simplicidad. Anteponer la claridad y brevedad tanto de los objetivos como de las actividades.
  2. Reconocer la importancia del codiseño. Los y las estudiantes saben lo que les interesa y apasiona. Hay que escucharlos más.
  3. Incentivar la construcción colaborativa de saberes. Lo cual ya ocurre de muchas maneras en otros espacios no escolares.
  4. Perder el miedo a equivocarse. A veces este miedo es motivo único para la parálisis y la inacción.
  5. Darle oportunidad a otros discursos y formatos. La alteración de los tiempos y la visibilidad de otros materiales pueden diversificar y expandir los significados

Ante la emergencia sanitaria y educativa: redes de colaboración

Como ejemplo de lo anterior valga la pena mencionar algunos casos que han demostrado la importancia de lo colaborativo y de las redes de apoyo.

En Twitter se ha utilizado el hashtag #profesqueayudan con el objetivo de compartir experiencias y ofrecer apoyo a docentes con menor experiencia. Lo interesante de este esfuerzo es que no queda claro el nacimiento de tal conversación y la gestión de la misma ocurre de forma orgánica facilitando la participación y la conexión empática con otros y otras docentes que pueden atravesar por los mismos problemas.

Otro consejo de #profesqueayudan:
Si tienen alumnos sin conexión a Internet, pero con línea telefónica, definitivamente cambien a Google Meet, pues permite conectarse por ambos medios.

Hoy lo comprobamos. #COVID19mx

— Luis Josue Lugo (@josuelugo) April 1, 2020

Casos similares se han presentado en otras redes sociodigitales, como Facebook, en donde se han creado grupos especializados en la resolución de dudas y en la compartición de experiencias en el uso de aplicaciones y herramientas técnicas para las clases. Es notable que estas iniciativas son una alternativa real al vacío dejado por las autoridades académicas, incapaces (o desinteresadas) para identificar las necesidades y de proveer soluciones y alternativas rápidas y efectivas acordes a nuestro tiempo y circunstancia.

En este sentido, es especialmente útil conocer las recomendaciones de otros profesores y su experiencia usando algún sistema o plataforma. Gracias a este tipo de iniciativas colaborativas se ha hecho un trabajo de evaluación muy amplio de las aplicaciones y programas. También es posible identificar entre las recomendaciones listados y materiales que han ido agrupando las herramientas a disposición, llevando a su máxima expresión la curación colectiva de recursos con potencial educativo.

Otro caso que vale la pena señalar se relaciona con las comunidades makers que han asumido su rol creativo y creador colaborando en el diseño y creación de materiales e insumos para paliar en alguna medida la carencia de equipos de protección para los trabajadores de la salud e incluso en la realización Do It Yourself (DIY) de equipos tan complejos como ventiladores artificiales para uso médico en los cuidados intensivos.

La Alfabetización Mediática Informacional como oportunidad para el impulso de herramientas y plataformas para el uso académico

Educar(se) no es (ni debe ser) un proceso exclusivo de las escuelas. Paulo Freire lo explicó hace muchos años con una claridad incuestionable al afirmar que «enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción». En este sentido, la Alfabetización Mediática Informacional (AMI) es una alternativa real para impulsar el desarrollo de esas competencias técnicas y los usos críticos de la tecnología para fines educativos.

Es indudable que desde la AMI se vuelve prioritario evidenciar la importancia de saber hacer y estar preparados y ser competentes en el uso de las plataformas y los sistemas. Pero, dada la circunstancia, no se puede limitar al mero conocimiento instrumental, sino que es preciso ir más allá. A continuación una lista de lo que creemos puede ser la aportación novedosa de la AMI en este contexto de emergencia sanitaria mundial para la educación:

  1. Todas las tecnologías tienen potencialidad educativo. Pero para construir esa posibilidad es necesario apelar el sentido común de lo que vivimos y a la compresión empática y lógica de nuestros objetivos.
  2. No se trata de aprender a usar, se trata de comprender la lógica operativa. Lo que significa buscar sentido en cómo funcionan las cosas y reconocer la constante posibilidad de cambio de las interfaces y los sistemas.
  3. La educación debe enseñar, antes que nada, a pensar. Lo mediático e informacional del contexto cultural deben propiciar alternativas al pensamiento curioso y crítico.
  4. AMI significa dejarse tocar por las lógicas de la tecnología. En este sentido, no se trata de verlas como herramientas sino como instancias socioculturales que pueden promover competencias y saberes. Está en nuestras manos lograr que esto ocurra.
  5. Aceptar nuestras limitaciones, desconocimientos y fallas. Esto implica reconocer que hay cosas que no sabemos, pero que podemos y queremos aprenderlas.

Es momento de pensar en una pedagogía postpandemia, que reconozca abiertamente aquello que es posible hacer desde una comprensión profunda del mundo, más allá de lo tecnológico, lo meramente evaluativo y la transferencia de conocimientos. Estamos en una situación de múltiples oportunidades para explorar alternativas inesperadas y reconocerlas como prácticas que pueden permanecer en nuestras forma de entender y llevar a cabo la educación.

Para seguir aprendiendo

Te recomendamos conocer estos materiales que reflexionan y ofrecen más herramientas y conocimientos que facilitan enseñar y aprender en tiempos de COVID-19:

J. Manuel Corona (@jomacorona). Investigador de la Cátedra UNESCO AMIDI. Maestro en Comunicación y Doctor en Educación por la Universidad de Guadalajara. Miembro del SNI-C, México. Profesor en el ITESM e ITESO. Su investigación se enfoca en alfabetización mediática, narrativas transmedia y prácticas de comunidades creativas.

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