Abi Valeria López Pacheco

Libros, museos, programas de televisión, documentales y videos en plataformas como YouTube o TikTok son algunos formatos de divulgación científica que conocemos hoy en día y, aunque puedan parecernos familiares, no siempre fueron tantos ni han tenido los mismos propósitos.

La comunicación pública de la ciencia (CPC) se ha transformado al mismo tiempo que la ciencia y el contexto sociopolítico en el que se desarrolla. Son justo estos cambios los que dieron inicio a esta actividad. La divulgación científica tuvo su origen hace más de medio siglo cuando, después del lanzamiento del satélite soviético Sputnik en 1957, Estados Unidos se vio con la necesidad de dar a conocer noticias positivas sobre la ciencia, pues en un contexto de posguerra, donde la ciudadanía temía de las malas noticias, comunicar sobre el progreso científico parecía ser un umbral para una nueva sociedad (Bucchi y Trench, 2008). De esta manera se consolidó un nuevo formato para hacer público lo científico. 

Sin embargo, esta primera forma de comunicar la ciencia se constituye a partir de un modelo muy básico de comunicación y, lo más importante, tiene una carga jerárquica que minimiza y subestima la capacidad de las audiencias. Dentro de los estudios de la CPC se le ha denominado modelo de déficit, ya que tiene una visión difusionista, meramente informativa de los hechos, conceptos y fenómenos científicos. Debido a esto se considera como un proceso unidireccional, donde las audiencias son concebidas como un ente pasivo y con un déficit cognitivo donde, además, el único conocimiento válido e inquebrantable es el científico.

Este modelo no tomó en cuenta que la ciencia es un constructo social que se ve influenciado por las instituciones que constituyen una sociedad y por los cambios que suceden dentro de ella. Asimismo, los agentes involucrados (que son cada vez más) condicionan las lógicas de producción y distribución científica.

¿Difusión o comunicación de la ciencia?

A lo largo de los años han surgido diferentes formas para hacer llegar la ciencia a diferentes públicos. Algunas se han enfocado en la difusión —una práctica que se centra en comunicar el conocimiento entre pares que ya conciben un lenguaje común y especializado (Estrada, 2014)— y en el privilegio de las instituciones, sin embargo, estas formas se diversifican conforme el contexto comunicativo también lo hace. La divulgación científica es un ejemplo de ello ya que, a diferencia del modelo de déficit, es una actividad que se ha adaptado a las lógicas de los nuevos entornos comunicativos.

La divulgación se entiende como una actividad que deriva del quehacer científico, se encarga de «sacar del cajón» lo que el científico o científica ha trabajado e investigado.Se caracteriza por realizar contenidos dirigidos a estudiantes, profesorado, público con interés e, incluso, a sus pares—pues no todos poseen la misma rama de especialización— (Alcíbar, 2015). Estos contenidos suelen ser atemporales: a diferencia del periodismo científico —que explica hechos científicos desde el interés público y desde un contexto inmediato (como lo hace el periodismo en general)— la divulgación científica explica hechos, fenómenos y conceptos que no están precisamente vinculados a la inmediatez.

Elaboración de la autora.

La CPC, por su parte, ha sido una actividad cada vez más analizada durante los últimos 30 años y, aunque aún tiene problemas de conceptualización (Bucchi y Trench, 2008), se entiende como una forma de comunicación estratégica e interdisciplinaria que tiene como meta distribuir conocimientos de diferentes campos, ciencias y disciplinas a públicos «cada vez más diversos y plurales» (Collignon, 2018, p.44).

Para distinguir el modelo de déficit de la CPC podemos identificar al primero como una herramienta informativa, meramente difusionista de ideales que atienden a las lógicas mercantiles, mientras que la CPC es una herramienta educomunicativa que también fomenta el consumo crítico de la ciencia y el cuestionamiento de la ciencia como institución (Alcíbar, 2015).  Esto ha permitido que quién está del otro lado pueda participar en un «proceso colectivo de conocimiento, razonamiento, pensamiento y crítica acerca de cuestiones científicas y tecnológicas» (Domínguez, 2009, p. 59) pues es un sujeto con identidad, saberes y cultura; más que un receptor es un interlocutor.

Generación de diálogo entre ciencia y sociedad

La interlocución que se pretende alcanzar a partir de la CPC reside en un saber interdisciplinario que permite un mejor diálogo entre la ciencia y la sociedad. Hacer una distinción conceptual entre las formas en las que se ha comunicado la ciencia en los últimos años nos ayudará a comprender cómo se concibe a la actividad a sí misma y al público al que se dirige. En un primer momento, comunicar la ciencia y la tecnología se centraba en buscar la apreciación del público, ahora se pretende que haya un entendimiento crítico de éstas por medio de estrategias interdisciplinarias, es decir, por medio de la CPC (Alcíbar, 2015 y Orozco, 2016). 

Quienes comunican la ciencia no solo deben comprender alguna disciplina científica en específico sino, también, de conocer el contexto en el cual se desarrolla el diálogo. Lo cual implica que aquella persona que se dedica a comunicar la ciencia sea considerada como «mediadora cultural» (Herrera-Lima, 2016) capaz de traducir el conocimiento científico a un lenguaje común.

La práctica de la CPC lleva el conocimiento científico al espacio público, donde la interlocutora o interlocutor puede apropiarse y hacer uso de este sin tener que acceder a espacios como las aulas tradicionales de clase. Conlleva también el uso de un lenguaje que privilegie la construcción de sentido, uno que pueda adaptarse a las necesidades, creencias y valores del otro. Un ejemplo de esto es el cuento divulgativo Pablo tiene sarampión, elaborado por un equipo de cuatro mujeres mexicanas, tres de ellas investigadoras de la Red Mexicana de Virología, y una ilustradora. Este libro ha sido traducido al náhuatl, mixteco y maya, así como a varios idiomas extranjeros.

El proyecto refleja un esfuerzo muy valioso de comunicación, pues en un país como México, donde existen 70 pueblos indígenas (Instituto Nacional de Pueblos Indígenas, 2020)  , la ciencia no solo debe pensarse en español. También, da muestra de la importancia de integrar diferentes visiones en un proyecto de CPC, pues este libro para la niñez fue pensado, diseñado y elaborado por mexicanas, un sector de la población que ocupa el 37% del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt, 2018).  

Recordemos que la ciencia es una construcción social con implicaciones dentro y fuera de ella pues, desde su institucionalización, se ha convertido en un grupo privilegiado frente al resto de la población. Si vemos las estadísticas en México, podemos conocer que la escolaridad promedio de la población es de nueve años (INEGI, 2015), es decir, apenas cubre la educación secundaria; la educación media superior y superior se convierte en un privilegio para unos pocos. Asimismo, las lógicas económicas y políticas influyen en el ingreso a la comunidad científica, provocando que la investigación sea mercantilizada y, por tanto, el conocimiento se privatice (Alcíbar, 2015 y Domínguez, 2009). Esta combinación da como resultado que el interés genuino por el conocimiento no sea la principal razón para acceder a él.

¿Por qué es importante comunicar la ciencia desde una perspectiva intercultural?

Debido a la complejidad del mapa social, en las siguientes líneas se resaltan algunos puntos para comprender la importancia de comunicar ciencia desde una perspectiva intercultural:

  • Rompe con la autoridad cognitiva del científico. El conocimiento científico se ha posicionado como el hegemónico. En el caso de América Latina las instituciones han privilegiado las formas y el conocimiento producido en el extranjero (Domínguez, 2009), dejando de lado las culturas que habitan este contexto. Por ello, si hay una perspectiva intercultural hay un regreso a las voces que no han sido escuchadas y son garantía de nuevos conocimientos.

  • Fomenta la participación en la construcción de conocimiento. Una parte sustancial de la CPC es que permite integrar el contexto de a quién nos dirigimos. Hacerlo así genera un beneficio mutuo: además de asegurar que la parte interlocutora aprenda, puede integrar sus conocimientos y, en conjunto, construir nuevos que nos ayuden a seguir creando ciencia como bien común. Es decir, facilita que el conocimiento pueda generarse horizontalmente (Corona, 2020) y no bajo un esquema vertical donde uno conoce más que el otro.

  • Apropiación del conocimiento. Una parte sustancial de comunicar ciencia no solo radica en el hecho de difundirla sino que quien está expuesta a ella pueda usarla en beneficio de su vida. Si a quien nos dirigimos es un grupo con algún conflicto de por medio es mejor tomarlo en cuenta al momento de crear contenidos, pues esto ayudaría a una mejor comprensión del concepto científico y cómo este impacta en lo cotidiano.

  • Se garantiza el derecho humano a la ciencia. Este derecho fue proclamado en 1948 por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la cual afirma que todas las personas tienen derecho «a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten». Si hay un diálogo hecho a partir de la CPC, hay una integración que puede asegurar la participación de las personas en la construcción de la ciencia y la democracia.

Ilustración: freepik.com

Si entendemos que desde la interculturalidad podemos encauzar una convivencia en el espacio público sin importar género, clase social, ideología, etnia o cultura (Corona, 2013), entonces podemos observar claramente la importancia de comunicar la ciencia desde esta perspectiva para, de esta manera, procurar el cumplimiento de derechos y una mejor vida.

Para seguir aprendiendo

Abi Valeria López Pacheco (@abivalerial). Estudiante de Comunicación Pública por la Universidad de Guadalajara. Feminista. Editora en Jefe de Alofonía, revista de la licenciatura en Comunicación Pública. A veces hago periodismo ambiental.

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