Guillermo Orozco Gómez

Se anunció a inicios de agosto: gracias a un acuerdo con el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, las principales empresas de televisión en el país, junto con el sistema de medios públicos, transmitirán contenidos educativos a modo de «clases por televisión» para sustituir las clases presenciales en los niveles básico y medio superior. Esto es realmente inédito, sorpresivo, insólito, apresurado también pero, sobre todo, excluyente de los educadores y educadoras reales —los maestros y maestras— y, más aún, del alumnado al que va dirigido.

El acuerdo-mandato nacional, quizá bien intencionado, lamentablemente está equivocado por varias razones. La principal: es unilateral y miope pedagógicamente.

La exclusión magisterial y familiar en el acuerdo de educar con la televisión

Es un acuerdo de cúpula entre el poder político y el poder mediático, no obstante que se haya incluido en la firma al representante nacional de los medios públicos, Jenaro Villamil. ¡Pero no se consultó a los maestros y maestras! Se podría haber invitado y consultado a representantes magisteriales tanto del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) como de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), ya que son los maestros y las maestras quienes realizan la educación en las aulas día con día y quienes, consiguientemente, tienen la responsabilidad directa de la educación del alumnado.

Tampoco se invitó a representantes de padres y madres de familia a participar en esta decisión presidencial, ni se realizó una consulta nacional a dicha población. Hasta ahora, no se sabe si se piensa obtener, de alguna manera, su opinión al respecto. Y son ellas y ellos quienes han vivido ya casi un semestre la responsabilidad de la enseñanza, siendo de repente docentes in situ de sus propios hijos e hijas, ahora también sus estudiantes. Son madres y padres sobre quienes pesará a diario el acuerdo presidencial para la nueva modalidad de instrucción por televisión.

Si bien son madres y padres quienes usualmente tienen que lidiar con la televisión en casa, con sus hijos o hijas enchufados a ella la mayor parte del día, son maestros y maestras quienes indirectamente resienten la televisión en su docencia cotidiana. La consideran una intrusa en su trabajo pedagógico porque distrae al alumnado, le absorbe tiempo para que estudie y realice sus tareas diarias en casa, le ofrece imágenes y cuentos de todo tipo —aun contenidos no propios para ellas y ellos, ya que la televisión no toma en consideración su capacidad para la recepción y procesamiento intelectual y ético de contenidos.

Los maestros y las maestras han llegado a decir que «lo que ellos hacen en la escuela, la televisión se los deshace en los hogares» y ahora también el celular y las otras pantallas que acaparan la atención y gusto del alumnado. Históricamente, para las personas docentes, la televisión no ha tenido —ni tiene— licencia para enseñar (Orozco y Franco, 2014).

Desde esta perspectiva magisterial, el enseñar desde el televisor —como se hará en los próximos días y hasta que sea seguro volver a las clases presenciales— debe resultar realmente aberrante, ya que les obliga a hacer un giro de 180 grados en su visión de la televisión, que ahora es convertida por decreto en pantalla compañera del trabajo educativo.

Foto: Erick Gallo.

La miopía de la propuesta pedagógica del acuerdo-mandato nacional

Si bien la televisión es realmente un medio masivo en México —92,5 % de hogares cuentan con televisor—, a diferencia de internet y las más nuevas tecnologías —cuya cobertura y acceso es mucho más limitada—, su presencia mayoritaria no quita la unilateralidad de sus mensajes.

La televisión transmite, envía; las y los televidentes reciben y, en todo caso, acatan —salvo en esas excepciones donde la programación en juego entre pantalla y televidentes está muy bien planeada para estimular y provocar su reflexión o aprendizaje sobre algún tema en específico. ¿Será así la programación televisiva que se está pensando?

De no ser así, lo único que resuelve el uso de la televisión para enviar «contenidos educativos» es una amplia cobertura, no un aprendizaje. Esta ilusión educativa, sin embargo, hará que el gobierno sienta que cumple su función. Especialmente la Secretaría de Educación Pública que, con el hecho de contratar a los medios para que transmitan unos contenidos, parece sentirse complacida y cumplir su función. Los maestros y maestras, en las escuelas, en sus casas o en donde puedan, seguirán trabajando mucho para complementar los programas televisivos, que serán muy puntuales y por poco tiempo.

El mayor problema: énfasis en la enseñanza y no en el aprendizaje

La emisión unilateral de contenidos tiene como centro enseñar, pero no sabemos si ese objetivo redundará en un aprender por parte de las personas televidentes, ahora también educandas y educandos de la televisión.

Centrar el problema de la educación en la «cobertura» de un programa supone centrarlo en la enseñanza. El objetivo de los Estados educadores ha sido, históricamente, «llevar la educación» hasta el último rincón del país. Con el decreto presidencial que involucra a las grandes televisoras, este principio se llevará hasta ese rincón de la casa donde está el televisor.

Con esto se hace evidente que lo importante para el gobierno es la provisión de insumos informativos, pretendiendo que con eso se haga educación. Lo novedoso e insólito es que esos insumos informativos se enviarán a los hogares, no a la escuela. Serán entonces madres, padres y familiares del estudiantado quienes sigan ejerciendo el rol de guardianes hogareños de la educación de sus hijos e hijas, que ya habían iniciado desde el semestre previo.

Si bien no se sabe cómo serán los contenidos producidos y televisados, estos tendrán que plantear preguntas, no sólo respuestas. Si se fuera coherente con este objetivo, el reto de la programación educativa de la televisión será facilitar a todas las personas participantes en este proceso educativo la recepción de respuestas a las preguntas, y la posibilidad de entablar diálogo entre educador o educadora, y educandas o educandos. A partir de dicho diálogo se harían evidentes las inquietudes y los deseos de información por parte de todas las personas involucradas. Esto supone una negociación para abordar ciertos temas, y supone facilitar el ensayo y error para llegar a una meta. Lo anterior supondría un permanente monitoreo de las reacciones del alumnado a la programación televisiva, lo que a su vez supone planear estrategias televisivas para el diálogo. Habrá que ver qué tipo de propuesta pedagógica vendrá a través del televisor: si una meramente centrada en la provisión de información, u otra que incite al aprendizaje y permita algún tipo de interlocución con el alumnado.

Las y los estudiantes, al igual que maestras y maestros, son seres con emociones, con estados de ánimo diversos, con gustos particulares, que reaccionan y que necesitan el contacto personal con sus pares y la orientación de sus mayores. ¿Quién se hará cargo de eso a partir de los envíos televisivos?

Independientemente de las dudas que toda nueva estrategia masiva de educación pueda generar, es importante  mantener un acompañamiento eficiente con el estudiantado-televidente, así como con el personal docente y, en la medida de lo posible, también con las madres y los padres de familia.

La retroalimentación a esta gran propuesta de educar a través del televisor merece mucha atención.

Para seguir aprendiendo

Guillermo Orozco Gómez (@gorozco23). Mexicano. Director general de la Cátedra UNESCO AMIDI UDG. Investigador Nacional Emérito. Profesor en la Universidad de Guadalajara. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el ITESO; Maestro y Doctor en Educación por la Universidad de Harvard. Especializado en alfabetización mediática, ficción televisiva y análisis de audiencias.

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