Margarita Marroquín

La condición de ciudadanía suele asociarse a la pertenencia a un territorio geográfico, y a los derechos y deberes que nos corresponden según las fronteras en las que nos movamos. ¿Cómo funciona una ciudadanía desde un «territorio» que en realidad no tiene tierras? ¿Un espacio que no es el espacio en la Tierra pero tampoco el de la Vía Láctea?

La ciudadanía digital se basa en la idea de que vivimos cruzando dos capas o esferas: la física o real, y la digital o virtual; lo que ocurre en una habitualmente impacta o se refleja en la otra. Por tanto, una parte de la ciudadanía digital es el ejercicio de mi ciudadanía física realizado en la capa digital:

  • La interacción con el Estado (fiscalización de acciones de los gobiernos, trámites personales).
  • La demanda de soluciones específicas asociadas al territorio geográfico (acción colectiva, movimientos sociales, reivindicaciones artísticas).
  • La búsqueda de espacios comunes de trabajo (relacionadas con el gobierno abierto y la innovación ciudadana).

¿Cuáles son sus beneficios? Al vivir en la sociedad red, la mayor parte de los individuos tenemos acceso a la capa digital: ello nos permite hacer trámites de una manera más ágil o e interactuar con funcionarios públicos directamente. Incluso, nos permite protestar y debatir en un espacio similar a la plaza pública de los griegos, de ahí que algunas y algunos autores hablen del espacio público digital o del ágora digital ( Di Siena, 2013; Pérez de Acha y Casanova, 2016; Sánchez Duarte et al, 2015).

Desde ahí también hay un debate sobre si las redes sociodigitales e internet son espacios más democráticos porque en principio cualquiera puede entrar y conectarse con un colectivo, discutir, evidenciar distintas realidades y denunciar a través de movimientos sociales y acciones colectivas: no se nos pide un documento de identidad para entrar, no nos cobran entrada y nos permiten crear narraciones que resuenan en otras personas (Bennet y Segerberg, 2012; Fuchs, 2015; Gerbaudo, 2012; Lago, 2015). Claro, eso es debatible porque si no nos cobran algo es porque pueden estar ocupando los datos personales que les brindamos al abrir un perfil en las redes sociales o en algunos sitios web para luego «revenderlos» en una suerte de mercado negro para usos comerciales o políticos. Esto último ya fue abordado en este blog por Manuel Corona.

Sin Alfabetización Mediática Informacional no hay ciudadanía digital

La ciudadanía digital se llega a su máxima expresión a través del dominio de la Alfabetización Mediática Informacional (AMI). ¿Por qué? La AMI nos facilita el acceso y la decodificación de los datos que vemos en la capa digital. Nos da pautas de cómo reconocer información válida y verificada, y nos ayuda a preguntarnos en qué aportamos a nuestro mundo (físico y digital) si compartimos ciertas publicaciones o noticias. Como lo habla Sonia Livingstone en este artículo, el educarnos en el uso de la información que tenemos a mano nos permite pasar de ser solo consumidores y consumidoras de ella a ocuparla como una herramienta para cambiar nuestro entorno. Es decir, pasamos del consumo de información a la ciudadanía (digital).

Por tanto, toda actividad que promueva la AMI está promoviendo el que seamos personas responsables de nuestro entorno, que cuidemos la salud mental nuestra y de nuestras familias o amistades, que construyamos un espacio seguro a partir de lo que leemos y publicamos en la esfera física y en la digital, tal como lo plantea Luz María Garay Cruz en otra entrada del blog. Y de eso va la ciudadanía digital también: cuidar la seguridad de los datos de nuestros contactos y tener interacciones propositivas en función de mejorar nuestro entorno.

De ahí la urgencia de la AMI y la conciencia sobre el ejercicio de nuestra ciudadanía digital: esa potencialidad de lo que alcanza a decirse en la red nos necesita con pensamiento crítico y con posturas claras ante los derechos humanos y la democracia.

#BlackLivesMatter, WikiLeaks… ejemplos de ciudadanía digital

¿En qué pensamos al hablar de ciudadanía digital? En el #BlackLivesMatter que ha vuelto a ser tendencia en las redes. En Wikipedia. En Julian Assange y WikiLeaks. En Katie Bouman, informática, líder del equipo que trabajó años y nos puso «a mano» una foto única de un agujero negro. En el movimiento contra la corrupción de Guatemala. En el Festival de Innovación Frena La Curva. En cómo combatir las fake news o los mitos del coronavirus, o en discutir sobre el activismo y el cambio social frente a la pandemia, de la mano de Dorismilda Flores-Márquez en este blog.

WikiLeaks «es una organización mediática internacional sin ánimo de lucro, que publica a través de su sitio web informes anónimos y documentos filtrados con contenido sensible en materia de interés público, preservando el anonimato de sus fuentes» (según nos dice Wikipedia), por lo que aplica prácticas ciudadanas que usan tecnologías digitales para retar sistemas sociopolíticos. Es decir, filtra información a través de la web como una manera de denuncia: Assange y WikiLeaks son ejemplo de ciudadanía digital.

Con Bouman quizás es más aventurado, pero ocho telescopios, más de 200 investigadores e investigadoras y 13 institutos crearon una imagen que nos acerca al estudio de los agujeros negros. Es la pura inteligencia colectiva: cocreación, participación, el poner nuestros saberes al común para utilizar la tecnología digital en favor del conocimiento.

Hay otro trabajo importantísimo dentro de la ciudadanía digital: asumir y cuidar los derechos humanos ante el conocimiento. Blogs personales, publicaciones en redes sociales para explicarnos sobre la COVID-19 o sobre SpaceX, o actualizaciones en Wikipedia que implican, justamente, la libertad y responsabilidad de crear un espacio de discusión responsable, de aprendizaje colectivo.

En febrero de este 2020, en México, Erick Francisco Robledo Rosas, de 46 años, mató y desolló a su pareja, Ingrid Escamilla, de 25 años. Pese a lo grave y delicado del caso, autoridades filtraron imágenes a periodistas, y en las redes sociales atestiguamos bromas y memes que se habían creado sobre este feminicidio. En contrapartida, y en el ejercicio de la ciudadanía digital, alguien sugirió compartir fotos de «cosas bonitas» para sabotear la búsqueda morbosa que personas hacían de «Ingrid Escamilla fotos», «Ingrid Escamilla cuerpo» e «Ingrid Escamilla desollada».

Así, de manera espontánea, utilizamos la red como una manera de evitar la revictimización de Ingrid, y honrar su memoria (la de al menos una de las diez mujeres diarias que son asesinadas en México) con más de los 120 mil tuits con hermosas fotografías (según registró en su momento Infoactivismo). Ante el horror, calma. Ante la muerte, poesía. Esa solidaridad colectiva es ejemplo de lo que se puede potenciar (más al respecto en el informe que preparó el Signa_Lab).

Obstáculos para la ciudadanía digital: brecha digital, comunicación gubernamental unidireccional

¿A qué nos enfrentamos en el ejercicio de la ciudadanía digital? A la brecha digital. Ante el acceso de todos los y las habitantes de un país a la conexión a internet hay que agregar que el conectarse no implica conocer los beneficios, las oportunidades y las amenazas de esa conectividad. Por tanto, de nuevo la discusión va no solo en cuántas personas tenemos acceso a la red, sino qué tipo de acceso y cuánto sabemos sobre privacidad, seguridad y uso de lo que encontramos en el espacio digital.

Nos enfrentamos, también, a gobiernos que ocupan las redes sociales como canales oficiales de información, pero que no interactúan con la ciudadanía o que no resuelven las solicitudes que se le hacen llegar por estos medios. Este ejercicio de contraloría ciudadana se vuelve más urgente en ciertos países, como Hungría, Filipinas, China, El Salvador y Uganda, donde los gobiernos han tomado medidas durante la emergencia que nos alejan de la democracia (como puede verse en este análisis de Francis Fukuyama).

Reconocer lo común, educarnos y conectarnos para fortalecer nuestra ciudadanía digital

Pongo sobre la mesa esta idea: la ciudadanía digital implica, entre otras cosas, la libertad y la responsabilidad de crear en las redes un espacio de discusión responsable, de aprendizaje colectivo. El reconocimiento del territorio digital compartido que hay que cuidar. También pasa por dimensionar que lo que hacemos, opinamos o lo que decidimos compartir influye en el mundo digital y en un territorio geográfico que posiblemente compartimos en el mundo real.

Es necesario que, desde los espacios de educación (formal e informal), se promueva una AMI que nos ayude a usar la información que consumimos de los medios de comunicación (digitales) para transformar nuestros mundos. Y que, ante ello, lo público y lo privado promuevan espacios de innovación pública, ciudadana y democrática.

Que en estos tiempos de pandemia, por ejemplo, no viralicemos ni el virus ni el miedo, sino un pensamiento crítico y un trabajo colaborativo. Ante el temor de un virus que se contagia rápido, una inteligencia colectiva que se conecta más rápido aún. En estos días, es un acto de conciencia cívica, humana y ética el ocupar las tecnologías para mejorar e incidir en nuestro entorno inmediato, y es también ejercer la ciudadanía digital.

De esta pandemia nuestra democracia y nuestra ciudadanía digital saldrán fortalecidas si nos conectamos para que la innovación ciudadana escale y se vuelva permanente. 

Para seguir aprendiendo

Margarita Marroquín Parducci (@_EstaLindaLaMar). Salvadoreña. Lexicógrafa, comunicadora digital y docente universitaria sobre alfabetización digital, comunicación en la sociedad red, marketing político, y humanidades digitales. Sus investigaciones se han enfocado en movimientos sociales y ciudadanía digital, por lo que se acerca a gobierno abierto, tecnologías cívicas e innovación ciudadana.

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